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sábado, 26 de febrero de 2022

Paralelismos lejanos


 

         Recuerdo aquella vez, aquel sitio, aquel momento, tan especial, tan hermoso, bañado por aquella luz tan tenue, tan melancólica, aquellos rayos de sol, agonizantes, entrando por las rendijas de aquella persiana, dando a aquel rincón una tonalidad fantasmagórica, a aquel rincón que quería ser el favorito de la estancia y a aquella puerta por la que yo entré, por la que al cruzarla vi a la diosa de los cabellos de oro, a aquella mujer tan hermosa, aquel cuerpo tan armoniosamente perfecto, a aquella sonrisa pícara que hubiera sido capaz de derretir al mismísimo diablo.

         Su vestido rojo, entallado, escotado, dejándome imaginar los encantos más perfectos que yo fuera capaz de adivinar.

         Esperándome, deseosa, ardiente, con una copa de vino en la mano.

         Habíamos estado lejos, muy lejos, no en la distancia, sino en el alma, en el amor, en la comprensión. Aquel reencuentro, aquella tarde tan perfecta, tan sutil, tan larga pero a la vez tan corta. Preámbulo de aquella noche de pasión, de frenesí, de lujuria, de tanta intimidad, otra vez, entre los dos.

         Era aquella la noche de mis sueños, de mis fantasías, la de mi universo de estrellas.

         Volvía a estar con la mujer que más feliz me había hecho en mi vida.

         La pasión fue estremecedora, agotadora y a la vez inacabable, acompañada del efecto y del encanto de aquella copa y de aquellas fresas con chocolate que había preparado de antemano.

         Cuerpo contra cuerpo, empezando a asomar las primeras gotas en la piel, quizás debido al calor, quizás debido a nuestro acaloramiento.

         Fundidos como uno solo, disfrutando, amando, susurrando placer. En perfecta sucesión de movimientos.

         Deseaba que durara toda la eternidad, o al menos, un millón de años, pero no, aquello sabíamos que acabaría pronto y lo supimos enseguida.

         El cohete estalló y derramó sus luces de colores, de alegría, de placer.

         Exhaustos, agotados, bañados por el amor líquido desprendido de nuestros cuerpos, fundidos en un abrazo interminable llegamos al fin, a la realidad.

         En poco tiempo teníamos que volver al presente, al sinsabor, al desengaño, a la rutina, a casa.

 

 

 

 


 

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