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miércoles, 10 de septiembre de 2014

La ultima noche-Homenaje a mi hermana

             

         Escribir sobre la última noche es, de hecho, aceptar que después ya no hay nada más, ni noches, ni tan siquiera días, porque, después lo que viene es la noche eterna.
         No hace mucho tiempo, conviví la última noche con una persona muy querida, tanto por mí como por mucha gente, mi hermana Mercedes.
         Una persona que estuvo mucho tiempo agradeciendo cada amanecer, ya que, aunque no nos damos cuenta, cada día que amanece es un día mas en nuestra vida, un día que, hora tras hora, nos hace sentirnos vivos aunque en algunos momentos creamos que somos unos desdichados, que nuestra vida es un camino de problemas, siempre debemos pensar que todo,  en nuestra vida, es  importante relativamente, dependiendo del valor que nosotros le demos, de la motivación que tengamos, y que de ello dependerá la alegría o la tristeza que nosotros mismos somos capaces de soportar. Lo único que no es relativo es la última noche. Esa es real, después de ella ya no hay nada.
         En esa noche concreta a la que me refiero, pasaron por mi mente todos los buenos momentos que había pasado con esta persona, todos los buenos recuerdos que merecía revivir y, aunque no lo creamos, la mayoría de los malos momentos se olvidan porque los queremos olvidar y los olvidamos, si no del todo, lo suficiente para que dejen poco a poco sitio a los que nos hicieron realmente felices.
         Habíamos estado alguna que otra noche juntos,  y por supuesto, muchos días, normalmente desde primera hora de la mañana hasta el mediodía, momento en el que solía llegar mi hermana para hacerme el relevo y procurar no dejarla sola, no iba a ir a ningún sitio, era para hacerla compañía e intentar ayudarla en alguna de sus necesidades.
         Durante esos momentos, ya que fueron muchos los que pasamos juntos en aquel mastodóntico hospital, tuvimos muchas conversaciones, muchas diferencias de opiniones y, aunque parezca mentira, nos acercamos mucho más familiarmente. Charlábamos de muchas cosas nuestras, de nuestros hijos, de nuestros familiares y personalmente ahí tuve conocimiento de muchas cosas que, aunque eran parte de la historia de mi familia en general, las desconocía.
         Esos días, tuve ocasión de confirmar muchas facetas de mi hermana que ya, desde tiempo atrás, intuía. Facetas como la serenidad, la autoridad y la estabilidad y equilibrio que un día tras otro iba transmitiendo a sus hijos,  de manera increíble, y sin saberlo los demás, iba guiando a los suyos hacia un camino que ya estaría preparado para que no tuvieran demasiados tropiezos, y para que el día de mañana no se encontraran tan solos y perdidos.
         En esos días hablábamos de cualquier cosa, del tema más superficial o del más profundo, compartíamos lecturas y sobre todo pasatiempos. Había hasta momentos que lo pasábamos bien, increíblemente, y a veces, pese a la circunstancia que nos rodeaba, nos reíamos y disfrutábamos de alguna historia.
         Fue aquel fin de semana, el último, teníamos hecho ya el estudio de turnos de mis hermanos y yo para estar siempre alguien con ella cuando, mi hermana mayor, llamó a mi casa muy asustada. Había intentado hablar con ella en varias ocasiones, como todos los días y no fue posible. Pero lo que mas la atemorizó fue que no recibiera la llamada de vuelta, siendo varias veces las que había intentado la comunicación habiendo sido todas fallidas. Ese día era mi turno para hacerla compañía y mi hermana mayor decidió acompañarme ya que algo nos decía que la cosa no iba bien.
         La escena fue aterradora cuando llegamos. A partir de ese momento se puso todo al revés, todo giró vertiginosamente, todo se deshizo, cambió de rumbo y empezó a reinar la impotencia, la congoja, el desasosiego. Se abrieron de par en par los canales lagrimales y ya no se cerraron hasta hace poco tiempo.
         Pasaron pocos días, a cual peor, con esa impotencia tanto moral como medica que iba creciendo a pasos agigantados, ganando terreno en una carrera sin freno y desgraciadamente, sin retorno.
         Aquella última noche estuvimos tus dos hermanos mayores contigo Mercedes, a tu lado, sin dormir, sin descansar, sin dejarte ni un solo momento a solas. Intentamos dar el calor de la compañía, del amor sin parangón que te teníamos todos y del que eras gran merecedora. En una sola noche pasó por mi pensamiento prácticamente toda tu vida, tu lucha, tu temple para afrontar las dificultades, que fueron muchas y muy grandes en tu corta vida.
         Desde un noviazgo criticado con la persona que sería tu esposo y padre de tus hijos, al que profesabas un amor, a veces oculto, pero desmedido para que, más tarde, en un brutal accidente de tráfico,  que no tuviera que haber ocurrido,  si no fuera por el giro tan inesperado y desagradable que dio vuestra vida, tiempo atrás, te quedaste viuda, en una casa a medio terminar, con tres hijos muy pequeños, en un país extranjero, lejos de tu familia directa y en una situación complicada.
         Afortunadamente, allí a tu lado estaban unas de las personas más buenas del mundo, que afortunadamente, se desvivieron por ayudarte hasta lo imposible. Personas merecedoras de recibir lo mejor, como tu, el mejor premio que se pueda dar al comportamiento humano. Una de ellas, también nos dejó de este mundo después de una larga enfermedad que solo combatía con su tesón y firmeza. Seguro que está en el Cielo contigo y con su hermano Dilvo, el que fue tu esposo en este mundo.
         Nunca olvidaré la imagen de tus hijos, cuando su padre los dejó para ir al Cielo, eran entonces muy pequeños y todavía tardaron mucho tiempo en asimilar y ser conscientes de la situación que tenían que afrontar. Afortunadamente, estaban muy bien arropados, por ti, por una madre con un coraje realmente envidiable.
         Una vez más, y en lo  más precario de tu situación, demostraste que la gallina sigue arropando siempre a sus polluelos.
         Cuando tú te fuiste, Mercedes, tus hijos ya eran mayores, pero igualmente, no fueron conscientes de lo que iba a suceder.
         Todavía no he sido capaz de digerir esto, la experiencia mas fuerte y desagradable que tuve ese año, que para mi fue muy malo en muchos sentidos y aspectos, rematándolo con este desdichado acontecimiento.
         No creo que merecieras esto, ya habías tenido bastante en tu vida, bastantes tropiezos y acontecimiento para olvidar. Tus hijos, por supuesto, tampoco han merecido todos los avatares que han tenido que soportar por tanta desdicha. Son tres personas ejemplares y dignas de lo mejor por su comportamiento y cariño que han demostrado hasta hoy.
         Quizás, el Todopoderoso no ha estado muy acertado en esta ocasión. No entiendo porque a personas tan maravillosas como vosotros os tuvo que llamar cuando estabais en lo mejor de la lucha por la vida, dejando a tres niños sin padres en una adolescencia en la que necesitaban de muchos consejos y de muchas complicidades de los padres.
         Afortunadamente, y gracias a tu buen hacer en esta vida, hay personas que están velando continuamente por la educación y el equilibrio de tus hijos, personas que fueron grandes amigas tuyas de tu entera confianza y que están dando también todo el cariño que les es posible, ayudándolos en el difícil camino que tienen que recorrer.
         Todavía tengo un nudo en la garganta y te puedo asegurar que, según estoy avanzando estas líneas, se esta haciendo cada vez más tenso, pero esto te lo debía Mercedes, te debía este sencillo y sincero homenaje que dentro de mi humildad tenía que darte.
         Mi despedida ahora es la de siempre, aunque, ya hace un año que te fuiste.

Un beso “obrera”