Escribir sobre la última noche es, de
hecho, aceptar que después ya no hay nada más, ni noches, ni tan siquiera días,
porque, después lo que viene es la noche eterna.
No hace mucho tiempo, conviví la última
noche con una persona muy querida, tanto por mí como por mucha gente, mi
hermana Mercedes.
Una persona que estuvo mucho tiempo
agradeciendo cada amanecer, ya que, aunque no nos damos cuenta, cada día que
amanece es un día mas en nuestra vida, un día que, hora tras hora, nos hace sentirnos
vivos aunque en algunos momentos creamos que somos unos desdichados, que
nuestra vida es un camino de problemas, siempre debemos pensar que todo, en nuestra vida, es importante relativamente, dependiendo del
valor que nosotros le demos, de la motivación que tengamos, y que de ello
dependerá la alegría o la tristeza que nosotros mismos somos capaces de
soportar. Lo único que no es relativo es la última noche. Esa es real, después
de ella ya no hay nada.
En esa noche concreta a la que me
refiero, pasaron por mi mente todos los buenos momentos que había pasado con
esta persona, todos los buenos recuerdos que merecía revivir y, aunque no lo
creamos, la mayoría de los malos momentos se olvidan porque los queremos
olvidar y los olvidamos, si no del todo, lo suficiente para que dejen poco a
poco sitio a los que nos hicieron realmente felices.
Habíamos estado alguna que otra noche
juntos, y por supuesto, muchos días,
normalmente desde primera hora de la mañana hasta el mediodía, momento en el
que solía llegar mi hermana para hacerme el relevo y procurar no dejarla sola,
no iba a ir a ningún sitio, era para hacerla compañía e intentar ayudarla en
alguna de sus necesidades.
Durante esos momentos, ya que fueron
muchos los que pasamos juntos en aquel mastodóntico hospital, tuvimos muchas
conversaciones, muchas diferencias de opiniones y, aunque parezca mentira, nos
acercamos mucho más familiarmente. Charlábamos de muchas cosas nuestras, de
nuestros hijos, de nuestros familiares y personalmente ahí tuve conocimiento de
muchas cosas que, aunque eran parte de la historia de mi familia en general,
las desconocía.
Esos días, tuve ocasión de confirmar
muchas facetas de mi hermana que ya, desde tiempo atrás, intuía. Facetas como
la serenidad, la autoridad y la estabilidad y equilibrio que un día tras otro
iba transmitiendo a sus hijos, de manera
increíble, y sin saberlo los demás, iba guiando a los suyos hacia un camino que
ya estaría preparado para que no tuvieran demasiados tropiezos, y para que el
día de mañana no se encontraran tan solos y perdidos.
En esos días hablábamos de cualquier
cosa, del tema más superficial o del más profundo, compartíamos lecturas y
sobre todo pasatiempos. Había hasta momentos que lo pasábamos bien,
increíblemente, y a veces, pese a la circunstancia que nos rodeaba, nos reíamos
y disfrutábamos de alguna historia.
Fue aquel fin de semana, el último,
teníamos hecho ya el estudio de turnos de mis hermanos y yo para estar siempre
alguien con ella cuando, mi hermana mayor, llamó a mi casa muy asustada. Había
intentado hablar con ella en varias ocasiones, como todos los días y no fue
posible. Pero lo que mas la atemorizó fue que no recibiera la llamada de
vuelta, siendo varias veces las que había intentado la comunicación habiendo
sido todas fallidas. Ese día era mi turno para hacerla compañía y mi hermana
mayor decidió acompañarme ya que algo nos decía que la cosa no iba bien.
La escena fue aterradora cuando
llegamos. A partir de ese momento se puso todo al revés, todo giró
vertiginosamente, todo se deshizo, cambió de rumbo y empezó a reinar la
impotencia, la congoja, el desasosiego. Se abrieron de par en par los canales
lagrimales y ya no se cerraron hasta hace poco tiempo.
Pasaron pocos días, a cual peor, con
esa impotencia tanto moral como medica que iba creciendo a pasos agigantados,
ganando terreno en una carrera sin freno y desgraciadamente, sin retorno.
Aquella última noche estuvimos tus dos
hermanos mayores contigo Mercedes, a tu lado, sin dormir, sin descansar, sin
dejarte ni un solo momento a solas. Intentamos dar el calor de la compañía, del
amor sin parangón que te teníamos todos y del que eras gran merecedora. En una
sola noche pasó por mi pensamiento prácticamente toda tu vida, tu lucha, tu
temple para afrontar las dificultades, que fueron muchas y muy grandes en tu
corta vida.
Desde un noviazgo criticado con la
persona que sería tu esposo y padre de tus hijos, al que profesabas un amor, a
veces oculto, pero desmedido para que, más tarde, en un brutal accidente de tráfico,
que no tuviera que haber ocurrido, si no fuera por el giro tan inesperado y
desagradable que dio vuestra vida, tiempo atrás, te quedaste viuda, en una casa
a medio terminar, con tres hijos muy pequeños, en un país extranjero, lejos de
tu familia directa y en una situación complicada.
Afortunadamente, allí a tu lado estaban
unas de las personas más buenas del mundo, que afortunadamente, se desvivieron
por ayudarte hasta lo imposible. Personas merecedoras de recibir lo mejor, como
tu, el mejor premio que se pueda dar al comportamiento humano. Una de ellas,
también nos dejó de este mundo después de una larga enfermedad que solo
combatía con su tesón y firmeza. Seguro que está en el Cielo contigo y con su
hermano Dilvo, el que fue tu esposo en este mundo.
Nunca olvidaré la imagen de tus hijos,
cuando su padre los dejó para ir al Cielo, eran entonces muy pequeños y todavía
tardaron mucho tiempo en asimilar y ser conscientes de la situación que tenían
que afrontar. Afortunadamente, estaban muy bien arropados, por ti, por una madre
con un coraje realmente envidiable.
Una vez más, y en lo más precario de tu situación, demostraste que
la gallina sigue arropando siempre a sus polluelos.
Cuando tú te fuiste, Mercedes, tus
hijos ya eran mayores, pero igualmente, no fueron conscientes de lo que iba a
suceder.
Todavía no he sido capaz de digerir
esto, la experiencia mas fuerte y desagradable que tuve ese año, que para mi
fue muy malo en muchos sentidos y aspectos, rematándolo con este desdichado
acontecimiento.
No creo que merecieras esto, ya habías
tenido bastante en tu vida, bastantes tropiezos y acontecimiento para olvidar.
Tus hijos, por supuesto, tampoco han merecido todos los avatares que han tenido
que soportar por tanta desdicha. Son tres personas ejemplares y dignas de lo
mejor por su comportamiento y cariño que han demostrado hasta hoy.
Quizás, el Todopoderoso no ha estado
muy acertado en esta ocasión. No entiendo porque a personas tan maravillosas
como vosotros os tuvo que llamar cuando estabais en lo mejor de la lucha por la
vida, dejando a tres niños sin padres en una adolescencia en la que necesitaban
de muchos consejos y de muchas complicidades de los padres.
Afortunadamente, y gracias a tu buen
hacer en esta vida, hay personas que están velando continuamente por la
educación y el equilibrio de tus hijos, personas que fueron grandes amigas
tuyas de tu entera confianza y que están dando también todo el cariño que les
es posible, ayudándolos en el difícil camino que tienen que recorrer.
Todavía tengo un nudo en la garganta y
te puedo asegurar que, según estoy avanzando estas líneas, se esta haciendo
cada vez más tenso, pero esto te lo debía Mercedes, te debía este sencillo y
sincero homenaje que dentro de mi humildad tenía que darte.
Mi despedida ahora es la de siempre,
aunque, ya hace un año que te fuiste.
Un
beso “obrera”