María
lloraba en la habitación.
Un sinfín de letras flotaba en el
aire, como una niebla, la luz tenue permitía ver consonantes buscando vocales en
rápidas carreras, estas huyendo de las tildes para no cargar peso, puntos persiguiendo
mayúsculas, comas buscando sitio sin orden ninguno, todas en un intento de formar palabras.
— ¿Qué ha pasado, María? –pregunté asustada.
— Se ha estropeado la máquina de escribir, las letras se están escapando, el borrador de mi novela está quedando en blanco.
— No desesperes, seguro que
mañana están todas colocadas en el papel, sigue durmiendo, es muy tarde.