Vistas de página en total

sábado, 19 de abril de 2014

Aislamiento


Un susto militarizado



         Estábamos en los lavabos, limpiando, que era nuestra obligación, bueno eso nos decía la empresa, que nos pagaba para que lo hiciéramos.
         Sonia, mi compañera, y yo estábamos en la entrada de éstos cuando oímos un gran griterío, unos insultos y reproches mas altos de lo normal, y uno chillando que se sentaran, y después, tiros, disparos o como se quiera decir. Sonia me dijo:
         -Oye, esta vez si que discuten en serio, están a tiros y todo.
         Al momento entraron varias personas acompañadas de unos guardias, traían las caras desencajadas, estaban muy asustados, casi muertos de miedo. Unos eran periodistas y otros empleados, como nosotros. Todos murmuraban algo en voz baja, como escondiéndose. No se por que si después lo que hablan los periodistas se entera todo el mundo.
         Estos guardias y otros que llegaron nos encerraron dentro, no podíamos salir. Entre los que entraron hablaban de algo militar, que estaban a golpes o algo así. Al momento pensé que estábamos en guerra, otra vez, o esa otra guerra mundial que decían iba a comenzar pronto, o que nos invadían los franceses que siempre nos han tenido ganas.
         Un periodista le preguntó a uno de los guardias que pasaba, y este le contestó que se callara o si no le daba dos hostias.
         Eso nos puso a Sonia y a mí muy alterados. Ella se me abrazó y empezó a llorar. Yo la besé.  Con una sangre fría, que yo no sabia que tenía, me dije: «Ya tenia ganas de darle un beso». Me hice el machote y se aferró a mí como si la persiguiera la muerte. Pensé en la ocasión tan propicia, pero no era el momento, si nos bombardeaban ya me apañaría para ponerme encima de ella.
         Bueno, yo soy así, que le voy a hacer, Solo pienso en el sexo ¿y que ? ¿No es lo mejor que hay?
         Entraron mas guardias y cuchicheaban entre ellos, no sin antes meternos al fondo de los lavabos para que no oyéramos nada de lo que decían.
         Yo no se si alguna vez he estado mas asustado que ese día. La gente se puso muy nerviosa. A los periodistas les quitaron las cámaras y todos los aparatos de radio que llevaban y que algunos hablaban por ellos aunque poco. Decían algo de que los militares habían dado un golpe. ¿ Un golpe a quien? ¿ Y después le habían matado a tiros?. No entendía nada.
         Eso de la democracia que decían era peor de lo que yo creía, aunque no lo entendía bien, ya que nos decían que así mandábamos todos. Pensé que si en mi casa, en vez de mandar mi madre, mandáramos todos sería un desastre. Así que en un país entero, no quiero ni pensarlo.
         Estuvimos muchas horas así, todo el día prácticamente. Se rumoreaba que había tanques de guerra en Valencia y en otros sitios.
         Ya lo tenía claro, nos atacaban los extranjeros, los de fuera, habían desembarcado en Valencia e iban a conquistar España otra vez.
         Sonia solo hacia que agarrarse a mí, lo cual no me importaba nada, al contrario. Ya pensaba que si llegaba la noche y teníamos que morir intentaría aprovechar el momento, antes de irnos al otro mundo.
         Todos estábamos muy nerviosos, no nos dieron nada de comer y para beber lo hacíamos del lavabo.
         A última hora de la tarde entraron mas guardias y empezaron a registrar los lavabos. A través de una ventana situada encima de los servicios empezaron a salir algunos guardias hacia un patio interior . No se que buscaban allí, nunca había visto que hubiera nada ni nadie.
         No volvieron, se debieron de perder, mas tarde entro mas gente y nos dijo que saliéramos, que nos fuéramos a casa. La verdad es que podían haber esperado un poco mas, que ya tenía a Sonia medio convencida.
         Salimos en tropel a la calle, junto con mucha mas gente que había por todas partes. La calle estaba llena de  policías, de guardias, de periodistas, muchos coches de radio y televisión, en fin un espectáculo.
         Nos hicieron identificarnos y nos indicaron que nos fuéramos a casa. Unos guardias metían a otros en unos coches y autocares pequeños.
         La verdad es, que si cada vez que se tiene que reunir va a ser así, casi sería mejor el gobierno de antes, pensé. Por lo que me decían uno mandaba y los demás obedecían y callaban. Ahora si es que tienen que mandar todos al final se van a matar unos a otros.
         Cuando llegué a casa mis padres me recibieron llorando, pues todo el mundo estaba alborotado. Me hincharon a besos, me dieron de comer todo lo que quería y después me volvieron a hinchar a besos.
         Poco después me enteré de que  a aquel día lo llamaron el 23 F. Vaya nombre, que poco se han calentado la cabeza, no era tan difícil,era el 23 de Febrero. Lo demás no lo llegué a entender. La verdad es que la política no me va y lo único que recuerdo cuando lo vi en la tele es que el mas viejo de todos, uno con bigote se puso chulo y lo hicieron sentarse de un empujón.
         Lo que mas me gustó es que no nos habían invadido los franceses.
        

         Ismael Tomas
         24 Octubre 2013

Sin ganas



         El matrimonio funcionaba sin ningún estímulo. Hacía mucho tiempo que no hacían el amor. Dormían juntos en la misma cama pero Ana siempre tenía evasivas para Miguel a la hora de practicar sexo. Ya  habían perdido el interés. De vez en cuando, sobre todo cuando se quedaban una noche solos, cuando Raquel, su hija, salía con sus amigos, Miguel intentaba provocar el deseo a Ana. La acariciaba, la besaba efusivamente pero al poco, ella se volvía, le rechazaba, no se animaba en absoluto lo que producía a Miguel una profunda desazón. Este cada vez se animaba menos veces, así procuraba evitar el mal humor que esto le producía.        
         Ya solo hacían el amor cuando realizaban algún viaje. Las estancias en hoteles si animaban a veces a Ana. Miguel pensaba que este cambio podría ser producido al ejercicio físico realizado visitando las ciudades que recorrían y quizá por este motivo ella se sentía menos apática, mas activa emocionalmente.
         Cuando pasaba un largo tiempo sin hacer ningún viaje Ana ya volvía a estar totalmente inapetente. Miguel llego a pensar que pudiera haber otra persona en una relación oculta. No era normal esta situación.    
         Tampoco hablaban del tema, es mas, cuando coincidía en televisión alguna película con imágenes de actos sexuales evitaban verlo. Miguel le preguntaba de vez en cuando si tenía algún problema a lo que ella siempre decía que estaba bien, pero ese día no estaba animada. También le pregunto alguna vez si había otro hombre en su vida a lo que Ana contestó igualmente que no se preocupara, algunas veces ya enojada.
         Miguel tenía un gran desconcierto, pues veía que no podía desahogar sus instintos sexuales con ella pero tampoco quería buscar estímulos fuera de casa. Era muy fiel a su esposa y a su relación matrimonial. A su esposa no parecía importarle ese tema, decía que había perdido la libido.
         Era ya primavera del año 2010, el mes de Marzo cuando Ana se puso a dieta, una dieta de adelgazamiento que seguía con mucho tesón, quería estar escultural para el verano, quería lucir un tipazo digno de envidia. La verdad es que cada día estaba más guapa, sus curvas volvían loco a Miguel. A finales de Mayo, en otro intento de Miguel de hacer el amor y ante su nuevo rechazo Miguel montó en cólera. La amenazo con irse a algún burdel a desahogarse. Ana no sabía que responder y le prometió que ese fin de semana, el sábado por la noche, que Raquel iba a dormir a casa de una amiga le daría un premio especial.
         Esa semana Miguel estuvo de lo mas amable y ella también le correspondió con zalamerías. Llegó el sábado y Ana preparó una cena especial, con un vino seleccionado, velas, un postre especial a base de fresas con chocolate, pues según decía era muy afrodisíaco, después café y champán. Ana se insinuó a Miguel, se había vestido extremadamente sensual.
         Cuando entraron en la alcoba, Miguel estaba fuera de si, muy emocionado, tenía muchas ganas de ese momento. Ana se desnudó totalmente y empezó a desvestir a Miguel, le provocaba, le volvía loco con esas cosquillas sensuales que tanto le gustaban. Zalamera, le acariciaba, le tocaba, le provocaba. Miguel estaba fuera de sí, entregado totalmente, lo que aprovechó Ana para proponerle un juego que le tenía reservado. Con dos corbatas lo ató los pies a las patas de la cama, siguiendo con las cosquillas, acaricias y lametones hacia arriba, hacia el pecho, atando a continuación sus muñecas al cabecero con otras dos corbatas. Miguel estaba atado de pies y manos, desnudo, loco de placer y Ana encima de él, totalmente desnuda también, a horcajadas encima de su vientre, disfrutando de esa penetración que les extasiaba a los dos; pero algo iba a cambiar el rumbo de ese momento de placer.     
       Repentinamente se abrió la puerta de la habitación y entró otro hombre, alto, fuerte, cultivado en el gimnasio con una musculatura envidiable y también desnudo. En un momento empezó a acariciar a Ana por detrás a lo que esta se volvía para besarle efusivamente. Miguel, aterrorizado trató de soltarse de sus ligaduras paro ya era demasiado tarde, había sido cazado, era la presa de su esposa Ana y del otro hombre que le miraba con una amplia sonrisa dibujada en su cara. En ese momento, Ana, con una pícara sonrisa y enviándole un beso a través de sus sensuales labios puso la almohada encima de la cara de Miguel haciendo gran presión con ella, ahogándole, estando penetrada todavía por él. Miguel se retorcía desesperado, lo que producía en Ana mas placer todavía, hasta quedar totalmente asfixiado. 
     Miguel había perecido en manos de Ana, del cuerpo que mas había deseado durante mucho tiempo y del que pudo disfrutar en su último momento de su vida.

El Laberinto



           Había llegado a Madrid, estaba de vacaciones y decidí hacer un poco de turismo. Cerca del hotel, me dijeron que había un parque muy bonito llamado “Los Jardines del Encuentro”. Fui a verlo, efectivamente, es un parque pequeño pero muy bonito. Esta situado en la carretera que va desde Madrid a Barajas, detrás de un camping.
Es precioso, tiene un lago pequeño, con sus patos, tortugas y un sinfín de caminos de lo más románticos, con una plaza en el centro, adornada con estatuas y jardines de una belleza espectacular. De hecho había unos novios haciéndose fotos allí.
Es el único parque en el que he visto un laberinto original de setos, como los de las películas de terror. Creo que estaba hecho de arizónicas o algo similar. No entiendo de plantas, pero era espectacular.
Estaba en un alto del que se divisaba todo el conjunto. Era espectacular, redondo, muy grande, con una especie de plaza en el centro y, observándolo vi que había un hombre, quieto, parecía una estatua pero era un hombre real. Estaba en todo el centro de la plaza. Me miraba, le hice un saludo pero no me respondió. Me dio la sensación de que no podía moverse.
Me intrigaba, llevaba un rato observándolo y no se había movido nada. Solo hace que mirarme. Parecía que quería decirme algo con la mirada.
Al fin me decidí a bajar y entrar en el laberinto. Era perfecto, como un paseo otoñal lleno de calles. Dentro de él no era fácil orientarse. Había hecho un esquema de la forma del mismo desde arriba por lo que empezó a preocuparme que no pudiera orientarme. Empecé a creer que estaba perdido. Después de muchas vueltas llegué a mi objetivo, ese hombre inmóvil. Me miraba fijamente
Al verme me hablo muy bajito, apenas podía mover los labios,  pidiéndome que le ayudara, que se había perdido y en consecuencia se había quedado inmóvil del miedo. Llevaba dos días enteros allí, me susurró
Esto me asustó, quizás me haya perdido yo también, pensé. Me había costado mucho llegar al centro.
Empezó a moverse y le acompañé a buscar la salida, empezando a recorrer calles, a derecha, a izquierda, en todos los sentidos.
A las tres horas estábamos en el mismo sitio, lo había marcado, habíamos pasado al menos veinte veces por el mismo lugar.
Empecé a tener pánico, me puse muy nervioso, sentía que no podía apenas moverme, que me estaba quedándome inmóvil, como él.
         Llegó la noche, después el día. Estaba muerto de miedo y él a mi lado.
         Petrificado junto a él, en medio del laberinto, podía ver, al fondo, una preciosa mujer que nos miraba y que nos saludaba desde el mismo alto que yo había estado.
         Quisimos decirle que no bajara pero no pudimos.



viernes, 18 de abril de 2014

La avería


      Daniel, era un vagabundo que siempre merodeaba por el barrio viejo de Leganés, al que casi todos los vecinos conocían  y respetaban. Hombre amable, simpático, charlatán, y muy respetuoso con los demás. En su vida había mil y una historias pero, que dada su condición, nadie se paraba a escucharlas.
      Daniel no pedía limosna, no pedía nada, el decía que simplemente la buena voluntad de la gente que pasaba a su lado le mantenía con vida y lo que es mejor, con ganas de vivir. Algunas personas le daban alguna moneda, otras, en rara ocasión le obsequiaban con algo de comida. le gustaba mirar a los ojos a quien le daba algo pues decía que así podía ver su alma y si este accedía, cosa que ocurría muy pocas veces le contaba alguna pequeña historia , alguna batallita de su juventud. Siempre acaba las historias aludiendo a un momento determinado en su vida, un momento concreto que no quería contar.
      Muchas personas le conocían ya que llevaba muchos años en la misma zona y de hecho había gente que se había encariñado con él. Ese fue el caso de Juan, el ferretero de la esquina, al lado de donde habitualmente se ponía Daniel muy a menudo.
     Un domingo, Juan fué a su ferretería a recoger un encargo que le hizo una vecina el dia anterior y que había olvidado. Al verle, Daniel le preguntó si también iba a trabajar en Domingo, a lo que el ferretero le contestó que no, que simplemente iba a recoger un encargo. Como tenía mucho tiempo libre, le dijo a Daniel que  le contase esa historia, que tantas veces había querido oír, pero que este no se atrevía. Tras una breve pausa, y después de pensarlo una rato, le contestó que se alegraba mucho de que se lo hubiera pedido, hacia tiempo que  el quería contárselo a alguien, pero “tenia que ser una persona de confianza"
     La historia era escalofriante, era propia de un verdadero demente. Daniel le contó que, desde joven, era medio hombre y medio robot, sobre todo la parte de la cabeza, decía que tenia un mecanismo artificial para pensar.
     Recordaba que tenía una casa donde vivía muy holgadamente, que además tenía una pequeña fortuna invertida en bancos y una pequeña casa de campo al pie de la montaña, donde iba muchos fines de semana.
     Todo esto lo recordaba ahora vagamente, ya que cuando tenía cuarenta y dos años una nave espacial lo raptó, o como se dice ahora, lo abdujo. Le tuvieron secuestrado en la nave y le hicieron muchas pruebas durante las cuales estuvo sin sentido. Esto averió la parte de robot que tenía en la cabeza, quizá debido a los campos magnéticos  o a los rayos y fuerzas eléctricas a que le habían sometido.
     Esta avería le produjo un lavado de cerebro que le hizo olvidar todo lo que sabia, olvidó donde vivía, donde estaba la casa de campo, prácticamente todo, e incluso olvidó su propia identidad, no sabiendo ni quien era.
     Esto último lo pudo subsanar cuando un día la policía le pidió el documento de identidad y claro, no lo tenía. Lo llevaron a la comisaría y allí, tras un arduo esfuerzo consiguieron identificarlo, pero sin llegar a saber donde vivía.
     Siempre pensó que algo se había dejado o le habían quitado en la nave, ya que no recordaba prácticamente nada de su pasado. Esperaba que en algún momento regresaran  para llevarle de nuevo y repararle la avería del cerebro, su parte de robot, para así poder volver a su estado anterior.
     Juan, lógicamente le miraba confuso, amagando una risa irónica y haciendo como que le entendía, pues en el fondo le tenía cierto cariño. Cuando Daniel terminó su historia, Juan se dispuso a marcharse cerrando la ferretería. Se despidieron con una promesa firme, que el ferretero no  contaría nunca a nadie lo que había escuchado, y que por supuesto le guardaría el secreto.
     Al despedirse, Juan advirtió en la parte trasera del pelo del vagabundo, una gran marca, parecida a una cicatriz, dejaba ver una  pequeña pieza metálica en la cabeza. Quedó atónito, era cierto,pudiera ser que tuviera parte del cerebro artificial, como un robot.
     Curiosamente ya no volvieron a verse, siempre quedó la duda de si sería verdad la historia que le había contado o si realmente estaba loco, como creyó desde el principio.

El accidente


      Andrés salió de su casa, como casi todos los días para hacer un poco de ejercicio dando un buen paseo matinal. Todos los días que podía hacía una ruta a pie, a paso bastante rápido, de aproximadamente una hora y media de duración. Siempre fue deportista y ahora que ya estaba jubilado, y con  una edad no demasiado avanzada, no quería perder la forma física que, tanto tiempo, le había costado mantener.
     Aquel día no se encontraba del todo bien y cuando apenas llevaba media hora de marcha estaba totalmente agotado. Aprovechando que estaba en el parque buscó un banco público donde poder sentarse y recuperar el resuello, descansando un poco. Era una maravilla, se encontraba en un lateral del Parque del Retiro y al frente tenía una vista preciosa.
     Al llegar a un grupo de bancos eligió uno que estaba bañado por los rayos de sol para aprovechar el calor del mismo y no quedarse frío después de la andadura.
     Se sentó y vio que en un lado del mismo había un periódico, un ejemplar del Diario 16. Se quedó pensativo, recordaba que hacía mucho tiempo había cerrado este periódico y el ejemplar que había allí estaba perfectamente nuevo. No pudo resistir la tentación y empezó a ojearlo.    
     Las noticias eran del día 20 de Septiembre de 1999, era un día que no olvidaría nunca. Ese día concreto su vida tuvo un giro inesperado.
     Había muerto su esposa, Pilar, junto con otras veintisiete personas en un fatal accidente de carretera. El autobús que llevaba a un grupo de personas a la Costa Brava, para pasar tres días de vacaciones, se salió de la carretera poco antes de llegar a Zaragoza, cayendo por un terraplén. Pilar, aprovechando que tenia unos días libres se había ido con dos amigas ya jubiladas para despedir el verano cerca del mar. Fue una tragedia de la que se hizo eco en toda la prensa nacional.
     Andrés no sabia que hacer, cogía el periódico, volvía a ver la noticia y lo dejaba otra vez en el banco. Así varias veces.
     Se había quedado sin habla, empezó a darle vueltas a su imaginación. El que estuviera el periódico allí, donde él iba a sentarse porque ese día concreto estaba cansado ¿Había sido una casualidad?, ¿Era una premonición?, ¿Significaba que iba a sucederle algo? Su cabeza parecía una olla a presión. Todo el cansancio que tenía había desaparecido de repente. Empezó a sentir frío y a notarse mal, no sabia si era del ejercicio o de la noticia.
     Tomó el periódico y cabizbajo empezó el regreso a casa. Por el camino aparecían todos los recuerdos de su esposa, Pilar, con la que había sido tan feliz.
     No ocurrió nada ese día. Andrés estuvo en casa, temeroso, sentado en el salón sin atreverse ni tan siquiera a encender la televisión.
     A partir de ese día, cuando salía para dar su vuelta matinal, siempre pasaba por el mismo banco, pero jamás volvió a encontrar nada en él.
Ismael Tomas

En todos los túneles siempre hay un final


El Doctor Zito


     Era finales de 1968. Arturo Zito Alvear al fin logró terminar la carrera de medicina cuando ya contaba con treinta y nueve años de edad. Le había costado repetir alguna asignatura, incluso varias veces hasta que, a base de paciencia, sobre todo de los profesores, consiguió aprobar todas.
    Tenía su consulta preparada, había estado mucho tiempo en prácticas en un hospital y consiguió su puesto en una clínica de prestigioso nombre. Su consulta era por las tardes y también hacía alguna visita de urgencia después de su turno.
    Lo que mas le emocionó fue un regalo que le hizo su abuelo por el fin de carrera, un maletín de cuero, muy antiguo, alargado, con un cierre superior en bronce y que fácilmente pudo pertenecer a Ramón y Cajal o a alguien de su época. Estaba muy bien conservado, pero tenia una cerradura que al ser tan vieja costaba mucho de abrir, casi había que empezar a abrirla un día antes. Dentro había un espejo, con un marco de cuero repujado, también de esa época o quizás anterior.
    Al preguntarle a su abuelo por dicho espejo este le contestó
    —Es un espejo mágico, cuando tengas dudas en un diagnóstico, mírate en el espejo y en pocos minutos tendrás la solución. Llévalo siempre en el maletín, junto con tus otras cosas.
       Arturo era muy incrédulo, pesaba que con lo difícil que había resultado terminar la carrera, ¿cómo un simple espejo podría solucionar lo que tantos años de estudio le había costado?. Pero, no obstante, lo colocó en el interior del maletín y lo llevaba siempre con mucho cariño. 
     Ya, en su consulta recién estrenada empezó a atender a sus nuevos pacientes, que a su vez, esperaban al nuevo doctor.
     Cada vez que entraba un paciente en la consulta, este no podía disimular una sonrisa y al termino de la misma, cuando salían, a veces no podían contener una carcajada. Así, prácticamente uno tras otro. Cuando terminó la consulta, Arturo estaba muy molesto y preocupado.
     —¿Por qué se ríen de mi?, ¿acaso no confían en mi? —preguntó a su enfermera bastante irritado
       La enfermera, sin poder disimularlo, soltó también una carcajada y al momento le dijo:
     —Pero doctor, hombre de Dios, ¿Cómo no se van a reír cuando entran, si en la puerta hay una placa que pone “Doctor Zito” y cuando entran hay una persona de dos metros de alto, por uno y medio de ancho que casi no cabe detrás de la mesa?
      Pasado ya este trance, y habiendo cambiado la placa de su consulta por otra que rezaba “Doctor Arturo” empezó a tener fama de buen medico. La primera vez que tuvo una gran duda con un paciente se acordó del espejo que la había regalado su abuelo, y , al verse en él,  casi de inmediato recordó el mal que aquejaba al enfermo, dándole una solución que le dejó perplejo, ya que éste llevaba tiempo con sus dolencias y en tan solo un día quedó curado.
      Cada vez usaba más el espejo y cuando salía a hacer alguna visita domiciliaria llevaba el viejo maletín con sus instrumentos y su inseparable espejo. 
      Comenzó a famoso, "el médico del espejo" le llamaban y empezaron a llegarle pacientes de otras regiones, con dolencias rarísimas que, casi de inmediato, lograba sanar simplemente mirándose en el espejo,  además ya sin ningún disimulo.
      El maletín se hizo inseparable para él y cada vez que curaba a un enfermo del interior de éste salía una pequeña luz. Es el regalo mas fantástico que me han hecho nunca, comentaba con sus colegas, que algunas veces, acudían a él para consultarle algún síntoma.
      A través de los años, su fama fue tal que fue galardonado en muchos congresos y simposios y cuando ya, se jubiló a muy avanzada edad, en su pueblo natal erigieron una estatua en su honor con su maletín medio abierto a su lado asomando un espejo.
     Rápidamente una leyenda recorrió toda la región.  Cada vez que algún enfermo se curaba de una larga y difícil enfermedad, por la noche, se veía salir un pequeño haz de luz desde el interior  del maletín.



Huellas sospechosas

La mosca de Jerez


    ¡Hola! Soy una mosca, una mosca, si, pero una mosca muy especial. Soy de un tipo de mosca muy común, de las que se meten en las casas y otros sitios y que los humanos enseguida nos echan, pero os voy a contar lo que me pasó.
    Era la Feria de Abril en Jerez de la Frontera, en Cádiz, yo estaba tan bien, en unas plantas al lado de una caseta,  de esas en las que los humanos cantan, bailan y beben cosas que les hacen sudar y decir tonterías, pero lo mejor de todo es que había mucha comida por el suelo, mucha, de todo tipo, patatas, restos de pizza, tortilla, migas de pan. En fin un paraíso.
    Estaba tan a gusto hasta que llegó un día en que vinieron unos hombres,  vestidos con cosas verde fosforito y con unas cosas largas que acababan en unos pelos muy duros,  y se llevaron toda la comida que había en el suelo, en las mesas y desmontaron todo,  y me quede sola en la planta, en tres días no quedaba nada allí, pues yo oía que ya se había acabado la Feria.
    Hablando con una amiga me comentó que allí no teníamos nada que hacer,entonces pensé en cambiar de sitio pero, como estaba muy gorda por haber comido tanto esos días, no tenia ganas de volar. "Me meteré en un coche para que me lleve". Fue mi pensamiento, así que vi uno abierto en el que estaban entrando dos humanos mayores y dos pequeños, a los que llamaban niños.
   ¡Ese me gusta! Pensé, ya que por otra experiencia que tuve, en los coches que van  niños siempre hay comida por los asientos y por el suelo. Una vez me metí en un coche recién lavado y no puede comer nada en todo el día.
    Allí que me metí, era un coche grande con muchos rincones, así que me escondí y ¡a viajar!
    La verdad es que no pensaba que fueran tan lejos, casi seis horas de viaje, metida en aquel coche. Yo aprovechaba las veces que paraban y se bajaban todos para echar un vistazo por dentro a ver que pillaba, y cuando los veía venir, me volvía a esconder.
    Al fin llegamos a un sitio que decían se llamaba Madrid, según decían, ellos vivían allí. De repente empezaron a bajar trastos del coche y yo me quedé mirando alrededor. ¿Dónde estoy?, aquí no hay campo. Me puso en lo alto del volante y empecé a mover las alas para llamar su atención.
Uno de los niños me vio, a la vez que el humano grande me iba a echar del coche de un manotazo.
    —Papa, no la mates, pobrecita —dijo el niño, enfadado.
    —¿Qué hacemos con ella? —pregunto el que respondía por papá—. La echamos del coche y ya está.
    —Pero pobrecita —contestó el otro niño—. Como la vamos a dejar aquí, ella no va a conocer a nadie, se va a morir de pena, no ves que no quiere salir.
    —Bueno, si te parece, nos volvemos a Jerez y la dejamos allí, que seguro que viene en el coche desde allí.
    —¡Bien! —respondieron los dos niños más pequeños— ¡Bien!
    El humano papá les miro como diciendo no puedo hacerles llorar,  estoy enseñándoles a amar a los animales, pero vamos, nada mas me faltaba volver a Jerez a dejar la mosca, comentó con el otro humano grande.
    Este, que respondía al nombre de mamá les dijo:
    — ¿Que os parece si nos acercamos ahí abajo, que hay un río, y la soltamos allí?
    —¡Si mama!, —respondieron los dos más pequeños—. ¡Bien, bien!.
    Y Allí fuimos todos, con el coche incluido y me hicieron señas, un poco bruscas, la verdad, de que me bajara.
    Salí volando como pude, pues tenía las alas entumecidas de tanto rato sin moverme, allí cerca vi que había un montón de basura rodeada de una bolsa de plástico, y había varias colegas allí. Me acerqué a ellas que me acogieron como de la familia y empecé a contarles mi aventura. A veces se reían, pues decían que tenía acento andaluz.
    Cuando me giré, vi al humano papa que giraba la cabeza de un lado a otro muy aprisa, hacia unos signos con los brazos que asustaban. La que era  humano mamá iba riéndose muy escandalosamente y los niños iban contentos y felices haciéndome señas de adiós con las manos.
    En fin, a ver si un día vuelvo a Cádiz, que aquí hace mucho frío.

Ismael Tomas

La venganza


     ¡Se acabó el juego! Vociferó Arthur cuando de un fuerte puntapié logró abrir la puerta de la alcoba de la princesa Diana, hija del rey Edward, en la que se encontraba con sus dos damas de compañía, abrazadas las tres, presas del pánico y con la mirada fija puesta en el hueco de la puerta. Cuando esta se abrió no pudieron ni tan siquiera gritar,  el miedo les tenía atenazada la garganta. 
     Había sido una conquista muy dura, el asalto al castillo duró veinte días, siendo muy numerosos los soldados que habían muerto, tanto de los atacantes como de los defensores.
     El acoso había dado su fruto, dejando sin víveres ni agua a la población interior hasta que, abatidos y debilitados por la falta de provisiones  fueron cayendo uno tras otro ayudados además por las armas del ejército de Arthur.
     El rey Edward había sido hecho prisionero para ser ejecutado de inmediato, de hecho con un certero golpe de espada quedó decapitado y su cuerpo expuesto en lo alto de la torre para escarnio de unos y disfrute de otros.
     Diana, presa del terror intentó arrojarse por la ventana de su alcoba, para así evitar ser apresada por Arthur pero este se interpuso al salto sujetándola fuertemente, mientras, los soldados que entraron con él daban muerte a sus dos damas de compañía.
     Aquella escena, atroz y salvaj,e provocó que la princesa perdiera el conocimiento y cayera desmayada.
     En ese estado fue trasladada hasta el campamento enemigo sufriendo todo tipo de vejaciones.
     Era la horrible venganza de Arthur. Había sido victima de las grandes injusticias que Edward había infligido a su pueblo incluida su familia a la que no vaciló en ordenar asesinar a sus padres y a su único hermano.
     Cuando Diana recobró el conocimiento estaba atada a un poste a la entrada del campamento de cara al castillo que fue su anterior morada, viendo como sucumbía entre llamas con toda su gente dentro.
     Los gritos de terror se oían desde allí y seguramente que mucho más lejos.
     Esta fue la promesa que Arthur había hecho a sus padres estando escondido detrás de unos arbustos mientras eran degollados por el ejército que ahora había sido vencido.
     Diana, prisionera fue trasladada a los dominios de Arthur, lejos de allí y que ahora,  este gobernaba por expreso deseo, en una ardua deliberación tiempo atrás, de sus gentes.
     Nadie sabía que sería de su futuro pero, a buen seguro, ya no viviría como hasta ese momento, como una princesa.

Las Arras


    Ocurrió en aquella sala, llena de objetos tan valiosos, de grandes cuadros con retratos de antepasados, algunos representando familiares de  mas de seis generaciones. Había también una gran mesa, de roble con unas robustas patas y ribeteada con unos grabados dorados, sobre la que estaba aquel pequeño cofre tan viejo, de madera labrada. Cerrado con un candado muy antiguo.
    Nadie sabía lo que había dentro del mismo aunque corría el rumor de que dentro estaban guardadas las arras de cuando Don Luis, el escritor se casó. Era autor de muchos libros, sobre todo de novelas de misterio, era un hombre que le gustaba escribir sobre supersticiones, agoreros y fábulas de terror. El era muy supersticioso y quizá por ello había guardado esas trece monedas a buen recaudo. Las arras que se dieron su esposa y él en el momento de la boda,  como señal de que cada uno ofrecía al otro todo sus bienes.
    Aquel cofre tenía sobre él una maléfica leyenda. Al haber muerto la esposa del escritor en trágico accidente con dicho objeto en las manos este maldijo el contenido y nadie se atrevió nunca a abrirlo.
    Esto ayudaba a la sala a tener ese ambiente tan tétrico. Nadie pensaba nunca en limpiar el polvo ni tan siquiera en airear dicha estancia, pues decían que se podía notar un ambiente muy extraño. Se creía que el alma de D. Luis, que había muerto hacia muy poco tiempo, vagaba por la estancia para proteger su pequeño tesoro.
    Aquél maléfico día, viernes trece, y en un golpe de mala suerte, la atrevida ama de llaves al rozar con sus ropas el cofre lo tiró al suelo, rompiéndose este y quedando los trozos esparcidos y mezclados con las monedas que efectivamente estaban allí,  como creían los habitantes de la casa y,  que tantos años estuvieron guardadas.
    Ya nunca pudo vivir tranquila, todos los viernes que eran día trece el alma de D. Luis visitaba al ama de llaves por las noches.
    Esto hizo que con el tiempo, el ama de llaves cada vez fuera más supersticiosa. Se negaba siempre a pasar por debajo de cualquier escalera, a continuar caminando si en su camino,  había cruzado un gato negro, nunca contaba trece cosas, tampoco admitía que nadie le acercara el café y mucho menos que le añadiera el azúcar y lo removiera. En fin todas las manías que,  según las supercherías, eran indicios de mala suerte.
    Ya no se atrevió nunca a entrar en aquella sala, procuraba evitar hasta pasar por delante de la puerta. Al fin dejó de servir en aquella casa y se encerró en la suya propia sin volver a salir jamás.
    Su vida cada vez era un tormento mayor, se volvió totalmente desconfiada y dejó de recibir las visitas de familiares y amigos, lo que hizo agriar su carácter, siendo totalmente negativa en su visión de la vida
    Dice la leyenda que enloqueció y apareció muerta a los pocos meses sin saber nadie como había sucedido.
         

La caja




         Me dispongo a salir de casa y cuando abro la puerta, en el suelo, al pie de la entrada encuentro una caja, una caja cuadrada, de color rojo, atada con un lazo también rojo para sujetar la tapa.
         No se que hacer, alguien la ha dejado ahí y además creo que con la intención de darme una sorpresa.
         La recojo del suelo y vuelvo a entrar en y casa me dispongo a abrirla, no sin antes notar un hormigueo. La curiosidad me puede. Algo me dice que encierra un mensaje, una historia importante.
         El interior está lleno de fotografías, antiguas, en blanco y negro. ¿ Cuantas historias y cuantas vidas puede haber en esa caja? pienso
         Las fotos empiezan a transmitirme ideas, veo a tres personas en la mayoría de ellas, parecen unos padres y un niño pequeño. Noto que están tratando de contarme algo, me siento aturdido y empiezo a intentar colocarlas en orden, de alguna manera en orden cronológico, componiendo una historia, una vida. Las coloco partiendo de las que el niño parece más pequeño y voy ordenándolas para hacer una cronología siguiendo de alguna manera el crecimiento del niño.
         El corazón me va dictando el orden de la historia. Estoy asustado y a la vez intrigado. De pronto veo que en las últimas fotos, el niño ya no está.
         Siento una angustia ¿es posible? ¿estoy notando que las fotos me están contando alguna vivencia?. Empiezo a imaginar una historia familiar, de unos padres con su hijo, pero ¿Qué quieren decirme?, ¿Por qué en las ultimas fotos no esta el niño?
         Revuelvo la caja y veo que en el fondo, casi pegadas, hay dos fotos más, con la imagen hacia abajo.
         Nunca pude imaginar que una caja llena de recuerdos, que no son míos, pudiera haberme impresionado tanto.
         Al coger las dos fotos del fondo y darles la vuelta un terrible escalofrío recorre todo mi cuerpo. En ellas aparecen otra vez esos padres con el niño, ya bastante mayor.
         Me quedo horrorizado, bloqueado, sin poder moverme. Un sudor frío empieza a resbalar por mis sienes. Ese niño, con mas edad, soy yo.
         Pero estos no eran mis padres, no los conozco de nada, no les he visto nunca o no recuerdo haberlos visto nunca.
         Mi cabeza esta a punto de estallar. ¿Tenía un hermano gemelo que se crió en otra familia,  mis padres nos repartieron con otras personas que no conocí nunca?
         Siento un horrible mareo, no puedo pensar con claridad. Alguien ha dejado la caja en la puerta de mi casa porque quería contarme algo.
         Toda mi vida se ha desmoronado ahora, no recuerdo claramente que ocurrió en mi infancia,  no recuerdo nada.
         Ahora no se quien soy.






Ismael Tomas


El sueño final




         Cuando Raquel abrió la carta no podía creer lo que ponía en ella. Llevaba veinte días sin saber de Luis, su ex-marido.  Este estaba en tratamiento médico y desde que fue a la ultima revisión no sabía nada de él. Aunque estaban separados mantenían un contacto frecuente. Raquel había alertado por su desaparición a la familia y amigos, y en el hospital donde había estado por última vez estaban haciendo todo tipo de pesquisas, pues nadie se explicaba la desaparición repentina.
          Luis le había resumido en una carta lo que había sucedido, todos los temores de una desaparición, rapto o secuestro que Raquel tenía se desvanecieron de repente y aunque este hecho en un principio le provocó un ataque de ansiedad o quizá de desengaño, mas adelante y con el paso del tiempo fue justificándose como un acto de gran valentía y de amor hacia su ex-esposa,
         El tipo de carta era una explicación que a todas luces parecía escrita por un demente pero cuando llegó al final de su lectura no pudo evitar echarse a llorar y pedirle perdón por lo que había pensado de él.

         La carta:
         Querida Raquel, te escribo esta carta para, de alguna manera, pedirte perdón por este, mi último acto para contigo y para con la familia aunque sea después de separados, y sobre todo, por el daño que a ti personalmente te pueda ocasionar.
         Como sabrás llevo tiempo con las dolencias en el estómago y mis visitas al médico son cada vez mas frecuentes. Los resultados de los análisis que me hacían regularmente no arrojaban ningún dato preocupante. Yo continuaba con mis dolores de los que tanto tu como nuestras hijas os burlabais bastante a menudo. Nunca lo tuve en cuenta, aunque a veces me enfadaba, la verdad, ya que anteriormente yo he sido siempre bastante cuentista o teatrero en cuanto a mis dolores, pero, esta vez, mis quejas no tenían nada de teatro.
         En las últimas visitas al hospital, como sabes, me pidieron unas nuevas pruebas muy complejas y especificas y a partir de ahí me han hecho mas exploraciones que nunca, las cuales han arrojado el peor resultado que me podía esperar y que por supuesto no os comenté.
         El diagnostico fue terrible, tengo una enfermedad degenerativa en un estado muy acelerado que va a acabar conmigo en tres o cuatro meses a lo máximo. Los doctores que me están atendiendo están todos de acuerdo en ello. No te voy a decir el nombre de la enfermedad para que no hagas ninguna indagación.
     Como tu también sabes, el sueño de mi vida ha sido siempre viajar a las islas de la Polinesia. Debido a nuestro desacuerdo matrimonial y la posterior separación no hemos podido nunca hacer realidad este viaje. Así pues, he tomado la decisión, he cogido todo el dinero que tenía ahorrado y me he marchado allí. He hecho el viaje, yo solo, y sin duda he cumplido mi sueño. Esto es un paraíso aunque mi proyecto es diferente al de los demás, al fin de mi viaje es morir aquí. No quiero médicos, ni hospitales, ni curas en la cama, ni gente a mi alrededor compadeciéndose de mi que mas tarde entre risas disfrutan el día siguiente. Quiero morir aquí en la orilla del mar y si me quedan fuerzas cuando llegue el momento entrar en el mar, como a mi me ha gustado siempre, desnudo, para que con un poco de suerte sea devorado por los tiburones u otros peces depredadores y voraces, y así, según mi karma, seguir reencarnado en trozos en multitud de otros seres vivos que se multiplicaran con el tiempo.
         No te quiero decir en que isla estoy, es totalmente desierta y espero que no vengas a verme ni a compadecerte de mi. He venido aquí a terminar mis días, como siempre he soñado.
         Seguramente, cuando recibas esta carta ya no exista.
         Recuérdame tal y como fui y cuanto que quise. Recibe mi último beso
         Luis








         Ismael Tomas
       





miércoles, 16 de abril de 2014

¡Que viaje!

        

Ana dispone de unos días libres aprovechando la festividad de Semana Santa. Su alegría se ve aumentada al saber que yo he podido conseguir no trabajar  el sábado. Esto ha sido debido a que tenia unos días de  vacaciones pendientes por disfrutar, a cuenta de unas horas extras que hechas anteriormente en el supermercado donde trabajo, como encargado de panadería y bollería, así que, antes de empezar las fiestas había tenido que preparar una enorme cantidad de pasteles típicos de Semana Santa, los llamados huesos de santos, buñuelos, etc., para dejar el trabajo hecho.
         Ana no tiene problema, en su departamento de contabilidad de un grupo textil, hacen fiesta toda la plantilla de empleados, con lo cual, ya contaba con estos días libres.
         Ella se había encargado de buscar un alojamiento barato para esos días en la zona de Cantabria, concretamente en el pueblo de Suances provincia de Santander. Teníamos muchas ganas de conocer el norte de España y habíamos decidido que, si podíamos, iríamos a esta zona.
         A Ana, sobre todo, le encanta las excursiones por zonas rurales y pueblos típicos, es una enamorada de los paisajes y practicar deportes de aire libre.
         El miércoles, nada mas terminar mi turno, sobre las tres de la tarde, llegué a casa y ya tenia las bolsas de viaje preparadas por ella, además de unos bocadillos para el camino.
        Ana se encarga siempre de los equipajes, porque dice que si me encargo yo, aparte de que nos faltarían la mitad de las cosas, habría que volver a planchar toda la ropa; es muy esmerada en la colocación de todo y yo muy precipitado para esas cosas.
         Tras cerrar nuestra casa metimos todo el equipaje en su coche, un Wolkswagen Golf de gasoil bastante antiguo.  Yo no tengo coche, tengo una moto grande, una Yamaha de 500 centímetros cúbicos, pero no quiere que la usemos para viajes largos, le da un poco de miedo.
Cuando pudimos sortear los primeros atascos de salida, ya que en estas fechas, yo creo que salimos todos y Madrid se tiene que quedar vacío, logramos salir ya a la carretera de Burgos, la autovía A-1 que nos va a llevar hasta Santander.
         El paisaje es, hasta la mitad del camino aproximadamente, muy monótono, pero a partir de la provincia de Burgos empieza a cambiar presentando un verdor exuberante y unas vistas fantásticas.
         Por fin llegamos ya a nuestro destino en Suances, una preciosa ciudad turística bastante famosa gracias a los cautivadores paisajes de su entorno natural y a su oferta de ocio y gastronomía
         Nos instalamos en la pensión que reservamos desde Madrid y disfrutamos de una deliciosa cena a base de pescado típico y exquisitos postres de la región.
         No tardamos en conciliar el sueño no sin antes preguntar a la dueña de la casa los lugares más interesantes para visitar. Hicimos una pequeña lista, aunque algunos de ellos nos extrañaron por la descripción que nos dio.
         Al día siguiente, tras tomar  un suculento desayuno, salimos de la pensión en dirección a la librería que nos habían indicado; primer destino que teníamos apuntado. Nos comentaron que esta era como un museo pero muy extraño. Pasamos por donde nos dijeron pero no vimos nada.
         —Miguel, es extraño que no esté, nos hicieron mucho hincapié en que no dejáramos de verla me comentó Ana—, es posible que hayamos pasado por la puerta y no la hayamos visto.
         Efectivamente, retrocedemos y comprobamos que habíamos pasado por delante sin darnos cuenta de su ubicación.
        Llegados a dicha librería, al empujar la puerta de entrada observamos una garita o despacho bastante amplio a la derecha y una puerta a continuación que nos oculta el local.  
        En ella hay un caballero de avanzada edad, yo calculo que cerca de los ochenta años, nos indica que tenemos que sacar un tique para entrar si queremos verlo todo. Es un precio muy económico, pero me parece absurdo pagar para entrar en una librería que a primera vista no vale la pena. 
         —Miguel, ya que estamos aquí no vamos a perder la oportunidad de ver la librería museo que nos han dicho —me dice Ana—, quizás haya algo interesante dentro.
         No muy convencido le contesto:
—Bien, Ana, pero echemos antes un vistazo
Entramos en la dichosa librería, pasando la citada puerta, hay unas estanterías muy grandes con muchos libros muy desordenados, viejos y polvorientos, creo que sin ningún tipo de orden ni por temática ni alfabéticamente ni por autores ni nada.
Damos una vuelta por el interior y con una enorme decepción le pregunto al caballero de la garita.
—Caballero ¿Esto es todo lo que tienen?
—No, —me responde—, por supuesto que no, por eso cobramos a los que quieren verlo todo. Pasen ustedes dentro de la garita.
—Bueno, —le digo—, entonces déme usted dos tiques.
Entonces, el hombre después de cobrarnos los tiques cierra la puerta de la garita con nosotros dentro.
Nos quedamos sin aliento cuando esta empieza a descender como un enorme ascensor. Al llegar a un primer sótano se detiene y delante de nosotros se ilumina una enorme sala en la cual se pueden ver muchos pasillos repletos de estanterías, de mas de cinco metros de altura, con miles de libros, estos si, perfectamente colocados y ordenados por temáticas, autores y hasta incluso antigüedad,  vemos varias estanterías con tomos encuadernados en cuero con exquisitos lomos decorados en oro y plata.
—Este es el paraíso de cualquier lector,— le digo a Ana— sobre todo para un gran aficionado como yo.
Entre los libros también se encuentran pequeñas esculturas y objetos de arte variados.
Al momento la garita empieza su ascensión dejándonos solos en aquel maravilloso sótano que, a la vez, me parece aterrador.
Después de varias horas deambulando entre los libros, ojeando cientos de ellos, descubriendo ese espectacular mundo de papel, Ana se da cuenta de que al final de la sala, en un rincón,  hay una pequeña escalera que baja a otro sótano, alumbrada esta por unas pequeñas antorchas en las paredes como si fuera el pasadizo secreto de algún castillo encantado.
Victimas de la curiosidad decidimos bajar. Ana que es mucho mas decidida que yo, va delante pero de repente se vuelve asiéndose fuertemente de mi brazo. Abajo hay muy poca luz y eso le da mucho miedo.
Llegamos al sótano, escasamente iluminado por unas pocas antorchas. Al fondo de la sala, esta sin ningún estante, con las cuatro paredes vacías, se distinguen cuatro camas, en línea, junto a la pared del fondo. Al acercarnos nos sorprende ver que, en lugar de colchón, tienen agua, pero un agua prácticamente sólida, como si fuera gelatina, además, tibia. Jamás había visto nada parecido.
Después de meditarlo Ana se decide, muy lentamente, y con mucha precaución, primero la toca y después decide tumbarse en una de ellas.
—Miguel, esto es maravilloso, está caliente, y es extraordinariamente confortable y lo mas raro, esta totalmente seca. Es para sentir un perfecto relax.
Me convencen sus palabras y me tumbo en otra de ellas cuando, de repente grita aterrorizada diciéndome:
—Miguel, Miguel: ¡Mira en el techo!
Me quedo paralizado, el techo se mueve, es como un mar de colores tenues, haciendo olas y arrugas a modo de dibujos, como si fuera una masa que esta viva. Se estira y se encoge y cambia de colores y formas caprichosamente, siempre con una belleza sublime.
En el centro del techo hay una gran lámpara, sin luces, que esta continuamente cambiando de formas y tamaños lentamente. Tan pronto es una lámpara de madera, como un gran plafón, un tubo de cristal de varios colores, una araña con muchos brazos, o un gran foco, en fin, algo que jamás me podía haber imaginado y que en combinación con el techo, que cambia continuamente, es un espectáculo inexplicable pero maravilloso.
Medio paralizados de la impresión, rayando en el terror, oímos un leve ruido y subimos a la planta superior a toda prisa. La garita ha bajado y sin pensarlo ni un momento nos adentramos en ella muy asustados.
El guardián según vamos subiendo nos recrimina, hemos cometido un error muy grave al bajar allí y recibiremos un gran castigo por ello, nos dice.
No nos quedamos para saberlo.
No recuerdo como salimos de allí, pero se que según íbamos corriendo giré la vista y ya no se veía el edificio de la librería.
Empezamos a reír estruendosamente, creo que por el susto que teníamos.
Después de un rato tomamos asiento en un banco de la plaza que vimos al final de la calle y nos dispusimos a descansar un poco. La plaza era muy bonita, prácticamente redonda con muchos balcones engalanados de flores asomando a ella.
Los portales que daban a ella también muy artísticos y con enormes puertas de cerrajería.
La plaza estaba prácticamente vacía y de pronto empezaron a anunciar por unos altavoces situados en las farolas:
¡Señoras y Señores, en breve el combate va a empezar! se oye por varios puntos
—¿Qué combate? —nos preguntamos cruzando una atónita mirada.
Al momento, empezaron a salir por varios portales un ejército de hombres, vestidos como soldados romanos en la Edad Media, portando cada uno un enorme escudo rectangular, de casi dos metros de altura. Van a un paso rápido, colocándose por el interior de la plaza, haciendo un círculo perfecto similar a un coso taurino.
Habría ya mas de cien escudos colocados cuando nos dimos cuenta de que nos habíamos quedado solos en el centro, sentados en el banco, como atontados y otra vez asustados. Empujando a dos de los hombres y apartando sus escudos pudimos escapar de allí dentro.
Al momento estaban todos los balcones llenos de gente presta para ver el combate. Nosotros también pudimos verlo desde el balcón de una cafetería al que nos dejaron subir y, la verdad, fue interesante ver un combate de gladiadores; parecía que estaban en su época.
 Antes de terminar, nos fuimos de allí y siguiendo por otra calle vimos al fondo un bullicio de mucha gente.
Nos dirigimos al sitio y vimos que había un mercadillo o zoco de artesanía.  Ana, que es una amante de las antigüedades me indicó que quería entrar en una tienda que teníamos enfrente.
Era una tienda de antigüedades, como todos los zocos, a rebosar de artículos, igual que todas las que había allí.
Llevábamos unos minutos viendo objetos cuando se nos acercó el dependiente y nos indicó que, detrás de una vitrina que teníamos al lado, había una escalera que llevaba a otros dos sótanos con muchas más cosas. Al ver nuestra cara de felicidad nos pidió que tuviéramos mucho cuidado al bajar y subir, los escalones estaban llenos de objetos, no fuéramos a caernos o romper algo.
Efectivamente empezamos a bajar, había escalones tan estrechos que apenas cabía el pie con lo cual tuvimos que bajar muy despacio, hasta incluso saltando alguno.
Por fin llegamos a una sala de dimensiones parecidas a la de arriba. Me quedo sorprendido al ver miles de pequeñas figuras de soldados, de unos quince centímetros de altura con todo lujo de detalles, representando a ejércitos de todas las épocas.
Después de permanecer un largo rato, contemplando todas las antigüedades y objetos de arte, decidimos no bajar a la siguiente planta, la escalera se veía más angosta todavía y apenas se veía luz abajo.
Compramos unas piezas para la decoración de casa y salimos de la tienda.
Ana, se había quedado con las ganas de bajar a la siguiente planta con lo que me pregunta que, si no tengo inconveniente, quería volver y verla.
Mi contestación fue que yo la esperaba ya en la calle, que no bajaba, a lo que accedió de buen grado.
Para moverse mas cómoda me pide deja el bolso mientras ella va a la tienda. Solo coge la cartera.
Aprovechando un sitio para sentarme, justo enfrente de la tienda, me dispongo a esperarla.
En ese momento pasa por delante de la tienda una pequeña procesión de gente disfrazada, muy alegre, con una pequeña banda de música celebrando algo. Debía haber alguna fiesta que no sabíamos.
Calculé que ya había pasado una hora desde que Ana entró en la tienda y empecé a preocuparme. Tuve la brillante idea de llamarla al teléfono móvil y cuando lo oí sonar en el bolso que tenia en la mano  me quede sin habla. No podía comunicar con ella. Crucé rápidamente y al preguntar en la tienda por ella, el dependiente me dice que no sabe nada, que la vio entrar pero que aseguraría que había salido conmigo. Siento un sudor frío, que me sube desde los pies a la cabeza, y empiezo a desesperarme por lo que pueda haberle ocurrido.              
 Bajamos el dependiente y yo otra vez a los sótanos y allí no vimos a nadie.
Me llaman al teléfono en ese momento unos amigos que tenemos en común y que viven allí. Se han enterado de que estamos en su ciudad y nos invitan a cenar. La verdad es que no se que decirles.
—Miguel: A las nueve en casa,  además quiero que me soluciones un problema  del ordenador, que se que tu entiendes de esos chismes, tengo una persona que me esta volviendo loco con sus mensajes y quisiera borrarlo, que ya no me pueda enviar ninguno. Os esperamos a Ana y a ti. —Me dice Rubén, nuestro amigo.
Al fin sale mi querida Ana por una puerta, dos tiendas más abajo de la calle. Me explica que se agobió con la oscuridad del segundo sótano y que intentando retroceder perdió la orientación y salio por la primera puerta que vio con luz. Esa puerta daba a una serie de corredores que comunican varias tiendas de la calle y que deben usarse para ocultar cosas de contrabando o algo parecido. Tardó más de una hora en poder salir.
Me prometió que nunca mas volvería a aventurarse en una excursión así y rompió a llorar.
Cogiéndola por el hombro, llamé a mi amigo que esa noche no podríamos ir, que iríamos al día siguiente a verlos y nos encaminamos a la pensión. Ya habían terminado de cenar en el comedor de ésta, pero a nosotros se nos había ido el apetito. Nos fuimos a la habitación y abrazados caímos en un profundo sueño. Habíamos tenido un día agotador.
 Al día siguiente preferimos ir a la playa. El día era fantástico y decidimos pasar la mañana tomando el sol, a ser posible, sin mas sustos.
Mientras Ana estaba tumbada en la arena, que por cierto, estaba preciosa, yo me fui a dar un paseo por la orilla, no me atreví a entrar en el agua, estaba muy fría. 
A la derecha había unas rocas muy grandes y empezaba un acantilado. Me encamine hacia allí.
Al llegar a las rocas, empecé a trepar por ellas y veo un grupo en la misma orilla del mar que me llena de curiosidad. Oía un ruido parecido a un rumor bastante fuerte.          
         Me acerqué hasta allí y al asomar por entre las rocas, estas tenían unos orificios que estaban llenos de cangrejos. Unos cangrejos muy grandes, de aspecto amenazador moviendo sin parar sus tremendas pinzas. Había cientos de ellos y estaban devorando a una culebra muy grande.            
         La pobre victima ya casi ni se retorcía, apenas les duró un par de minutos. Me quede asombrado cuando al girarme por un lado se acercaba un tropel de los mencionados cangrejos, con un conejo atrapado, llevándolo en volandas totalmente cubierto y rodeado de estos devoradores. La pobre victima no duraría apenas unos minutos con vida, el ruido que salía de los agujeros indicaba un nuevo festín.
Me fui de allí corriendo y al llegar al lado de Ana no la comenté nada. Ya había sufrido ella bastante el día anterior.
Al atardecer, nos dirigimos a casa de nuestros amigos Rubén y Nuria, que ya habíamos quedado el día anterior para cenar.
No conocíamos su casa, así que estuvimos buscando la dirección que nos habían dado quedando gratamente asombrados cuando la encontramos.
          Era una enorme casa, tipo colonial, de las que hay tantas en Cantabria, de color azul celeste, con las ventanas y puertas en blanco, muy bonita.
Al recibirnos nos alegramos todos mucho, nos conocíamos apenas dos años debido a sus muchos viajes a Madrid y habían demostrado que eran unos muy buenos amigos.
Rubén me comentó que vivían junto con sus padres, dos hermanos casados con sus respectivas familias y una hermana soltera. Todos en la misma casa. La verdad es que era enorme.
Pasamos al salón y después de empezar con unas cervezas le dije:
—¿Rubén, donde tienes el ordenador y miramos el problema?
—¡Ah¡ Te lo traigo enseguida, lo tengo aquí mismo —me contestó
Me quede boquiabierto cuando llegó con una caja de metacrilato, de la forma de un ordenador portátil, totalmente transparente. No podía ver como podía ser un ordenador.
Al abrir la tapa, aparece un teclado completo en la parte inferior, con todos los dígitos igual que los usados en los relojes de cuarzo, y en la otra parte una pantalla con todos los iconos igual que una televisión de plasma.
Por fin entro en el correo electrónico y, efectivamente, tiene un personaje que le está incomodando continuamente, se lo paso a remitentes bloqueados y el problema, de momento, queda resuelto.
Apago el ordenador y al cerrar la tapa vuelve a quedar la misma caja de metacrilato transparente.
Empezamos a comentar que es un portátil de muy alta tecnología, yo no había visto ni imaginado nunca nada parecido.
Nos avisan desde el comedor nuestras esposas, la cena ya está lista. Nos sentamos a la mesa disfrutando de una amistad y unos platos fenomenales, exquisitamente elaborados con productos de la zona y servidos con esmero por una asistenta.
Siento la necesidad que la naturaleza del cuerpo humano te recuerda, sobre todo, cuando estas en un momento de felicidad y le pregunto a la bella asistenta donde está el baño. Muy amablemente me indica el camino.
Entro en un pasillo de la casa, enorme con forma de L.  No se porque, pero intuyo que no va a ser fácil encontrar el baño, a derecha e izquierda esta lleno de puertas. Me llama la atención de que en cada puerta hay un nombre y el símbolo del baño. Cada miembro de la familia "Tiene su propio cuarto de baño”.
Al final llego a uno de ellos, que en el cartel pone “amigos” y entro para hacer uso de él.
Al regresar al comedor, veo en la otra dirección otro pasillo, y como me puede la curiosidad, me adentro en él. También hay muchas puertas, estas abiertas, mostrando un salón clásico, otro salón muy moderno, una librería, una sala de juegos para los niños, y otra salita al fondo en la que hay media docena de personas haciendo sus labores domesticas. Aprovechando que no me han visto vuelvo a nuestra reunión.
Terminamos nuestra cena y, después de un estupendo café acompañado de unas copas de un fabuloso brandy añejo, volvemos a nuestra pensión.
Al siguiente día fuimos a dar un ultimo paseo por la ciudad y después de almorzar en un precioso restaurante, y realizar unas últimas compras, regresamos para ya recoger el equipaje y volver a Madrid
La dueña nos recrimina que deberíamos haber dejado la habitación antes del mediodía, y son las cinco de la tarde. Le pedimos disculpas y le decimos que nos vamos enseguida.
—No os preocupéis, —nos dice—, ahora no tengo a nadie esperando hasta mañana, pero me gustan las cosas bien hechas.
Subimos a la habitación a recoger nuestro equipaje y, según estamos llenando nuestras bolsas de viaje, vemos en un rincón de la habitación, un mueble aparador que no habíamos visto antes.
Ana, llena de curiosidad empieza a abrir los cajones.
—Miguel, —me dice—, están llenos de mantelerías, cubiertos, vasos, platos, etc. ¿Esto que hace aquí?
—No lo entiendo esto en una habitación dormitorio, si al menos tuviera un salita seria más lógico.
Cuando bajamos ya para marcharnos, le preguntamos a la dueña por este hallazgo a lo que nos contestó.
—Bueno, es una habitación multiuso, se quita el colchón y las almohadas y con un mecanismo se sube el tablero que hace de somier convirtiéndose en mesa. Traemos unas sillas, y rápidamente se convierte en un comedor, de hecho mañana comerán ocho personas allí.
—Pero ¿como han llevado el aparador? —le pregunta Ana.
—El aparador ha estado siempre allí, pero había un falso tabique delante que se pliega para que no se vea, —nos contesta.
Ana y yo nos miramos, cogemos las bolsas y con una carcajada salimos de la pensión
—Vaya fin de semana más extraño que hemos tenido Miguel, —me comenta Ana.
—La verdad es que hemos tenido unas vivencias que no podíamos imaginar —le comento.
Creo que hemos pasado unos días que no olvidaremos. 
Ana, al poco rato de salir de Suances, quedó profundamente dormida y creo que si no la despierto, podría llegar hasta el fin del mundo sin enterarse.