Ana dispone de unos
días libres aprovechando la festividad de Semana Santa. Su alegría se ve
aumentada al saber que yo he podido conseguir no trabajar el sábado. Esto
ha sido debido a que tenia unos días de vacaciones pendientes por
disfrutar, a cuenta de unas horas extras que hechas anteriormente en el
supermercado donde trabajo, como encargado de panadería y bollería, así que, antes
de empezar las fiestas había tenido que preparar una enorme cantidad de
pasteles típicos de Semana Santa, los llamados huesos de santos, buñuelos, etc.,
para dejar el trabajo hecho.
Ana no tiene problema, en su departamento de contabilidad de un grupo textil,
hacen fiesta toda la plantilla de empleados, con lo cual, ya contaba con estos
días libres.
Ella se había encargado de buscar un alojamiento barato para esos días en la
zona de Cantabria, concretamente en el pueblo de Suances provincia de
Santander. Teníamos muchas ganas de conocer el norte de España y habíamos decidido
que, si podíamos, iríamos a esta zona.
A Ana,
sobre todo, le encanta las excursiones por zonas rurales y pueblos típicos, es
una enamorada de los paisajes y practicar deportes de aire libre.
El miércoles, nada mas terminar mi turno, sobre las tres de la tarde, llegué a
casa y ya tenia las bolsas de viaje preparadas por ella, además de unos
bocadillos para el camino.
Ana se encarga siempre de los equipajes, porque dice que si me encargo
yo, aparte de que nos faltarían la mitad de las cosas, habría que volver a
planchar toda la ropa; es muy esmerada en la colocación de todo y yo muy
precipitado para esas cosas.
Tras cerrar nuestra casa metimos todo el equipaje en su coche, un Wolkswagen
Golf de gasoil bastante antiguo. Yo no tengo coche, tengo una moto
grande, una Yamaha de 500 centímetros cúbicos, pero no quiere que la usemos
para viajes largos, le da un poco de miedo.
Cuando pudimos
sortear los primeros atascos de salida, ya que en estas fechas, yo creo que
salimos todos y Madrid se tiene que quedar vacío, logramos salir ya a la
carretera de Burgos, la autovía A-1 que nos va a llevar hasta Santander.
El paisaje es, hasta la mitad del camino aproximadamente, muy monótono,
pero a partir de la provincia de Burgos empieza a cambiar presentando un verdor
exuberante y unas vistas fantásticas.
Por fin llegamos ya a nuestro destino en Suances, una preciosa ciudad turística
bastante famosa gracias a los cautivadores paisajes de su entorno natural y a
su oferta de ocio y gastronomía
Nos
instalamos en la pensión que reservamos desde Madrid y disfrutamos de una
deliciosa cena a base de pescado típico y exquisitos postres de la región.
No tardamos en conciliar el sueño no sin antes preguntar a la dueña de la casa
los lugares más interesantes para visitar. Hicimos una pequeña lista, aunque
algunos de ellos nos extrañaron por la descripción que nos dio.
Al día siguiente, tras tomar un suculento desayuno, salimos de la pensión
en dirección a la librería que nos habían indicado; primer destino que teníamos
apuntado. Nos comentaron que esta era como un museo pero muy extraño. Pasamos
por donde nos dijeron pero no vimos nada.
—Miguel, es
extraño que no esté, nos hicieron mucho hincapié en que no dejáramos de verla ―me comentó Ana—, es posible que hayamos
pasado por la puerta y no la hayamos visto.
Efectivamente, retrocedemos y comprobamos que habíamos pasado por delante sin
darnos cuenta de su ubicación.
Llegados a
dicha librería, al empujar la puerta de entrada observamos una garita o
despacho bastante amplio a la derecha y una puerta a continuación que nos
oculta el local.
En ella hay un caballero
de avanzada edad, yo calculo que cerca de los ochenta años, nos indica que
tenemos que sacar un tique para entrar si queremos verlo todo. Es un precio muy
económico, pero me parece absurdo pagar para entrar en una librería que a
primera vista no vale la pena.
—Miguel,
ya que estamos aquí no vamos a perder la oportunidad de ver la librería museo
que nos han dicho —me dice Ana—, quizás haya algo interesante dentro.
No muy convencido le contesto:
—Bien, Ana, pero
echemos antes un vistazo
Entramos en la
dichosa librería, pasando la citada puerta, hay unas estanterías muy grandes
con muchos libros muy desordenados, viejos y polvorientos, creo que sin ningún
tipo de orden ni por temática ni alfabéticamente ni por autores ni nada.
Damos una vuelta
por el interior y con una enorme decepción le pregunto al caballero de la
garita.
—Caballero ¿Esto es
todo lo que tienen?
—No, —me responde—,
por supuesto que no, por eso cobramos a los que quieren verlo todo. Pasen
ustedes dentro de la garita.
—Bueno, —le digo—,
entonces déme usted dos tiques.
Entonces, el hombre
después de cobrarnos los tiques cierra la puerta de la garita con nosotros
dentro.
Nos quedamos sin
aliento cuando esta empieza a descender como un enorme ascensor. Al llegar a un
primer sótano se detiene y delante de nosotros se ilumina una enorme sala en la
cual se pueden ver muchos pasillos repletos de estanterías, de mas de cinco
metros de altura, con miles de libros, estos si, perfectamente colocados y
ordenados por temáticas, autores y hasta incluso antigüedad, vemos varias
estanterías con tomos encuadernados en cuero con exquisitos lomos decorados en
oro y plata.
—Este es el paraíso
de cualquier lector,— le digo a Ana— sobre todo para un gran aficionado como
yo.
Entre los libros
también se encuentran pequeñas esculturas y objetos de arte variados.
Al momento la
garita empieza su ascensión dejándonos solos en aquel maravilloso sótano que, a
la vez, me parece aterrador.
Después de varias
horas deambulando entre los libros, ojeando cientos de ellos, descubriendo ese
espectacular mundo de papel, Ana se da cuenta de que al final de la sala, en un
rincón, hay una pequeña escalera que baja a otro sótano, alumbrada esta
por unas pequeñas antorchas en las paredes como si fuera el pasadizo secreto de
algún castillo encantado.
Victimas de la
curiosidad decidimos bajar. Ana que es mucho mas decidida que yo, va delante
pero de repente se vuelve asiéndose fuertemente de mi brazo. Abajo hay muy poca
luz y eso le da mucho miedo.
Llegamos al sótano,
escasamente iluminado por unas pocas antorchas. Al fondo de la sala, esta sin
ningún estante, con las cuatro paredes vacías, se distinguen cuatro camas, en
línea, junto a la pared del fondo. Al acercarnos nos sorprende ver que, en
lugar de colchón, tienen agua, pero un agua prácticamente sólida, como si fuera
gelatina, además, tibia. Jamás había visto nada parecido.
Después de
meditarlo Ana se decide, muy lentamente, y con mucha precaución, primero la
toca y después decide tumbarse en una de ellas.
—Miguel, esto es
maravilloso, está caliente, y es extraordinariamente confortable y lo mas raro,
esta totalmente seca. Es para sentir un perfecto relax.
Me convencen sus
palabras y me tumbo en otra de ellas cuando, de repente grita aterrorizada
diciéndome:
—Miguel, Miguel:
¡Mira en el techo!
Me quedo
paralizado, el techo se mueve, es como un mar de colores tenues, haciendo olas
y arrugas a modo de dibujos, como si fuera una masa que esta viva. Se estira y
se encoge y cambia de colores y formas caprichosamente, siempre con una belleza
sublime.
En el centro del
techo hay una gran lámpara, sin luces, que esta continuamente cambiando de
formas y tamaños lentamente. Tan pronto es una lámpara de madera, como un gran plafón,
un tubo de cristal de varios colores, una araña con muchos brazos, o un gran
foco, en fin, algo que jamás me podía haber imaginado y que en combinación con
el techo, que cambia continuamente, es un espectáculo inexplicable pero
maravilloso.
Medio paralizados
de la impresión, rayando en el terror, oímos un leve ruido y subimos a la
planta superior a toda prisa. La garita ha bajado y sin pensarlo ni un momento
nos adentramos en ella muy asustados.
El guardián según
vamos subiendo nos recrimina, hemos cometido un error muy grave al bajar allí y
recibiremos un gran castigo por ello, nos dice.
No nos quedamos
para saberlo.
No recuerdo como
salimos de allí, pero se que según íbamos corriendo giré la vista y ya no se
veía el edificio de la librería.
Empezamos a reír
estruendosamente, creo que por el susto que teníamos.
Después de un rato
tomamos asiento en un banco de la plaza que vimos al final de la calle y nos
dispusimos a descansar un poco. La plaza era muy bonita, prácticamente redonda
con muchos balcones engalanados de flores asomando a ella.
Los portales que
daban a ella también muy artísticos y con enormes puertas de cerrajería.
La plaza estaba
prácticamente vacía y de pronto empezaron a anunciar por unos altavoces situados
en las farolas:
―¡Señoras y Señores, en breve el combate va
a empezar! ―se oye por varios
puntos
—¿Qué combate? —nos
preguntamos cruzando una atónita mirada.
Al momento,
empezaron a salir por varios portales un ejército de hombres, vestidos como
soldados romanos en la Edad Media, portando cada uno un enorme escudo
rectangular, de casi dos metros de altura. Van a un paso rápido, colocándose
por el interior de la plaza, haciendo un círculo perfecto similar a un coso
taurino.
Habría ya mas de
cien escudos colocados cuando nos dimos cuenta de que nos habíamos quedado
solos en el centro, sentados en el banco, como atontados y otra vez asustados.
Empujando a dos de los hombres y apartando sus escudos pudimos escapar de allí
dentro.
Al momento estaban
todos los balcones llenos de gente presta para ver el combate. Nosotros también
pudimos verlo desde el balcón de una cafetería al que nos dejaron subir y, la
verdad, fue interesante ver un combate de gladiadores; parecía que estaban en
su época.
Antes de terminar, nos fuimos de allí y
siguiendo por otra calle vimos al fondo un bullicio de mucha gente.
Nos dirigimos al
sitio y vimos que había un mercadillo o zoco de artesanía. Ana, que es
una amante de las antigüedades me indicó que quería entrar en una tienda que
teníamos enfrente.
Era una tienda de
antigüedades, como todos los zocos, a rebosar de artículos, igual que todas las
que había allí.
Llevábamos unos
minutos viendo objetos cuando se nos acercó el dependiente y nos indicó que,
detrás de una vitrina que teníamos al lado, había una escalera que llevaba a otros
dos sótanos con muchas más cosas. Al ver nuestra cara de felicidad nos pidió
que tuviéramos mucho cuidado al bajar y subir, los escalones estaban llenos de
objetos, no fuéramos a caernos o romper algo.
Efectivamente
empezamos a bajar, había escalones tan estrechos que apenas cabía el pie con lo
cual tuvimos que bajar muy despacio, hasta incluso saltando alguno.
Por fin llegamos a
una sala de dimensiones parecidas a la de arriba. Me quedo sorprendido al ver
miles de pequeñas figuras de soldados, de unos quince centímetros de altura con
todo lujo de detalles, representando a ejércitos de todas las épocas.
Después de
permanecer un largo rato, contemplando todas las antigüedades y objetos de
arte, decidimos no bajar a la siguiente planta, la escalera se veía más angosta
todavía y apenas se veía luz abajo.
Compramos unas
piezas para la decoración de casa y salimos de la tienda.
Ana, se había
quedado con las ganas de bajar a la siguiente planta con lo que me pregunta
que, si no tengo inconveniente, quería volver y verla.
Mi contestación fue
que yo la esperaba ya en la calle, que no bajaba, a lo que accedió de buen
grado.
Para moverse mas
cómoda me pide deja el bolso mientras ella va a la tienda. Solo coge la
cartera.
Aprovechando un
sitio para sentarme, justo enfrente de la tienda, me dispongo a esperarla.
En ese momento pasa
por delante de la tienda una pequeña procesión de gente disfrazada, muy alegre,
con una pequeña banda de música celebrando algo. Debía haber alguna fiesta que
no sabíamos.
Calculé que ya
había pasado una hora desde que Ana entró en la tienda y empecé a preocuparme.
Tuve la brillante idea de llamarla al teléfono móvil y cuando lo oí sonar en el
bolso que tenia en la mano me quede sin habla. No podía comunicar con
ella. Crucé rápidamente y al preguntar en la tienda por ella, el
dependiente me dice que no sabe nada, que la vio entrar pero que aseguraría que
había salido conmigo. Siento un sudor frío, que me sube desde los pies a la
cabeza, y empiezo a desesperarme por lo que pueda haberle ocurrido.
Bajamos el
dependiente y yo otra vez a los sótanos y allí no vimos a nadie.
Me llaman al
teléfono en ese momento unos amigos que tenemos en común y que viven allí. Se
han enterado de que estamos en su ciudad y nos invitan a cenar. La verdad es
que no se que decirles.
—Miguel: A las
nueve en casa, además quiero que me soluciones un problema del
ordenador, que se que tu entiendes de esos chismes, tengo una persona que me
esta volviendo loco con sus mensajes y quisiera borrarlo, que ya no me pueda
enviar ninguno. Os esperamos a Ana y a ti. —Me dice Rubén, nuestro amigo.
Al fin sale mi
querida Ana por una puerta, dos tiendas más abajo de la calle. Me explica que
se agobió con la oscuridad del segundo sótano y que intentando retroceder
perdió la orientación y salio por la primera puerta que vio con luz. Esa puerta
daba a una serie de corredores que comunican varias tiendas de la calle y que
deben usarse para ocultar cosas de contrabando o algo parecido. Tardó más de
una hora en poder salir.
Me prometió que
nunca mas volvería a aventurarse en una excursión así y rompió a llorar.
Cogiéndola por el
hombro, llamé a mi amigo que esa noche no podríamos ir, que iríamos al día
siguiente a verlos y nos encaminamos a la pensión. Ya habían terminado de cenar
en el comedor de ésta, pero a nosotros se nos había ido el apetito. Nos fuimos
a la habitación y abrazados caímos en un profundo sueño. Habíamos tenido un día
agotador.
Al día
siguiente preferimos ir a la playa. El día era fantástico y decidimos pasar la
mañana tomando el sol, a ser posible, sin mas sustos.
Mientras Ana estaba
tumbada en la arena, que por cierto, estaba preciosa, yo me fui a dar un paseo
por la orilla, no me atreví a entrar en el agua, estaba muy fría.
A la derecha había
unas rocas muy grandes y empezaba un acantilado. Me encamine hacia allí.
Al llegar a las
rocas, empecé a trepar por ellas y veo un grupo en la misma orilla del mar que
me llena de curiosidad. Oía un ruido parecido a un rumor bastante fuerte.
Me acerqué hasta allí y al asomar por entre las rocas, estas tenían unos
orificios que estaban llenos de cangrejos. Unos cangrejos muy grandes, de
aspecto amenazador moviendo sin parar sus tremendas pinzas. Había cientos de
ellos y estaban devorando a una culebra muy grande.
La pobre victima ya casi ni se retorcía, apenas les duró un par de
minutos. Me quede asombrado cuando al girarme por un lado se acercaba un tropel
de los mencionados cangrejos, con un conejo atrapado, llevándolo en volandas
totalmente cubierto y rodeado de estos devoradores. La pobre victima no duraría
apenas unos minutos con vida, el ruido que salía de los agujeros indicaba un
nuevo festín.
Me fui de allí
corriendo y al llegar al lado de Ana no la comenté nada. Ya había sufrido ella
bastante el día anterior.
Al atardecer, nos
dirigimos a casa de nuestros amigos Rubén y Nuria, que ya habíamos quedado el
día anterior para cenar.
No conocíamos su
casa, así que estuvimos buscando la dirección que nos habían dado quedando
gratamente asombrados cuando la encontramos.
Era
una enorme casa, tipo colonial, de las que hay tantas en Cantabria, de color azul
celeste, con las ventanas y puertas en blanco, muy bonita.
Al recibirnos nos
alegramos todos mucho, nos conocíamos apenas dos años debido a sus muchos
viajes a Madrid y habían demostrado que eran unos muy buenos amigos.
Rubén me comentó
que vivían junto con sus padres, dos hermanos casados con sus respectivas
familias y una hermana soltera. Todos en la misma casa. La verdad es que era
enorme.
Pasamos al salón y
después de empezar con unas cervezas le dije:
—¿Rubén, donde
tienes el ordenador y miramos el problema?
—¡Ah¡ Te lo traigo
enseguida, lo tengo aquí mismo —me contestó
Me quede
boquiabierto cuando llegó con una caja de metacrilato, de la forma de un
ordenador portátil, totalmente transparente. No podía ver como podía ser un
ordenador.
Al abrir la tapa,
aparece un teclado completo en la parte inferior, con todos los dígitos igual
que los usados en los relojes de cuarzo, y en la otra parte una pantalla con
todos los iconos igual que una televisión de plasma.
Por fin entro en el
correo electrónico y, efectivamente, tiene un personaje que le está incomodando
continuamente, se lo paso a remitentes bloqueados y el problema, de momento,
queda resuelto.
Apago el ordenador
y al cerrar la tapa vuelve a quedar la misma caja de metacrilato transparente.
Empezamos a
comentar que es un portátil de muy alta tecnología, yo no había visto ni
imaginado nunca nada parecido.
Nos avisan desde el
comedor nuestras esposas, la cena ya está lista. Nos sentamos a la mesa
disfrutando de una amistad y unos platos fenomenales, exquisitamente elaborados
con productos de la zona y servidos con esmero por una asistenta.
Siento la necesidad
que la naturaleza del cuerpo humano te recuerda, sobre todo, cuando estas en un
momento de felicidad y le pregunto a la bella asistenta donde está el baño. Muy
amablemente me indica el camino.
Entro en un pasillo
de la casa, enorme con forma de L. No se porque, pero intuyo que no va a
ser fácil encontrar el baño, a derecha e izquierda esta lleno de puertas. Me
llama la atención de que en cada puerta hay un nombre y el símbolo del baño.
Cada miembro de la familia "Tiene su propio cuarto de baño”.
Al final llego a
uno de ellos, que en el cartel pone “amigos” y entro para hacer uso de él.
Al regresar al
comedor, veo en la otra dirección otro pasillo, y como me puede la curiosidad,
me adentro en él. También hay muchas puertas, estas abiertas, mostrando un
salón clásico, otro salón muy moderno, una librería, una sala de juegos para
los niños, y otra salita al fondo en la que hay media docena de personas haciendo
sus labores domesticas. Aprovechando que no me han visto vuelvo a nuestra
reunión.
Terminamos nuestra
cena y, después de un estupendo café acompañado de unas copas de un fabuloso
brandy añejo, volvemos a nuestra pensión.
Al siguiente día
fuimos a dar un ultimo paseo por la ciudad y después de almorzar en un precioso
restaurante, y realizar unas últimas compras, regresamos para ya recoger el
equipaje y volver a Madrid
La dueña nos
recrimina que deberíamos haber dejado la habitación antes del mediodía, y son
las cinco de la tarde. Le pedimos disculpas y le decimos que nos vamos
enseguida.
—No os preocupéis,
—nos dice—, ahora no tengo a nadie esperando hasta mañana, pero me gustan las
cosas bien hechas.
Subimos a la
habitación a recoger nuestro equipaje y, según estamos llenando nuestras bolsas
de viaje, vemos en un rincón de la habitación, un mueble aparador que no habíamos
visto antes.
Ana, llena de
curiosidad empieza a abrir los cajones.
—Miguel, —me dice—,
están llenos de mantelerías, cubiertos, vasos, platos, etc. ¿Esto que hace
aquí?
—No lo entiendo
esto en una habitación dormitorio, si al menos tuviera un salita seria más
lógico.
Cuando bajamos ya
para marcharnos, le preguntamos a la dueña por este hallazgo a lo que nos
contestó.
—Bueno, es una habitación
multiuso, se quita el colchón y las almohadas y con un mecanismo se sube el
tablero que hace de somier convirtiéndose en mesa. Traemos unas sillas, y
rápidamente se convierte en un comedor, de hecho mañana comerán ocho personas
allí.
—Pero ¿como han
llevado el aparador? —le pregunta Ana.
—El aparador ha
estado siempre allí, pero había un falso tabique delante que se pliega para que
no se vea, —nos contesta.
Ana y yo nos
miramos, cogemos las bolsas y con una carcajada salimos de la pensión
—Vaya fin de semana
más extraño que hemos tenido Miguel, —me comenta Ana.
—La verdad es que
hemos tenido unas vivencias que no podíamos imaginar —le comento.
Creo que hemos
pasado unos días que no olvidaremos.
Ana, al poco rato
de salir de Suances, quedó profundamente dormida y creo que si no la despierto,
podría llegar hasta el fin del mundo sin enterarse.
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