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miércoles, 16 de abril de 2014

¡Que viaje!

        

Ana dispone de unos días libres aprovechando la festividad de Semana Santa. Su alegría se ve aumentada al saber que yo he podido conseguir no trabajar  el sábado. Esto ha sido debido a que tenia unos días de  vacaciones pendientes por disfrutar, a cuenta de unas horas extras que hechas anteriormente en el supermercado donde trabajo, como encargado de panadería y bollería, así que, antes de empezar las fiestas había tenido que preparar una enorme cantidad de pasteles típicos de Semana Santa, los llamados huesos de santos, buñuelos, etc., para dejar el trabajo hecho.
         Ana no tiene problema, en su departamento de contabilidad de un grupo textil, hacen fiesta toda la plantilla de empleados, con lo cual, ya contaba con estos días libres.
         Ella se había encargado de buscar un alojamiento barato para esos días en la zona de Cantabria, concretamente en el pueblo de Suances provincia de Santander. Teníamos muchas ganas de conocer el norte de España y habíamos decidido que, si podíamos, iríamos a esta zona.
         A Ana, sobre todo, le encanta las excursiones por zonas rurales y pueblos típicos, es una enamorada de los paisajes y practicar deportes de aire libre.
         El miércoles, nada mas terminar mi turno, sobre las tres de la tarde, llegué a casa y ya tenia las bolsas de viaje preparadas por ella, además de unos bocadillos para el camino.
        Ana se encarga siempre de los equipajes, porque dice que si me encargo yo, aparte de que nos faltarían la mitad de las cosas, habría que volver a planchar toda la ropa; es muy esmerada en la colocación de todo y yo muy precipitado para esas cosas.
         Tras cerrar nuestra casa metimos todo el equipaje en su coche, un Wolkswagen Golf de gasoil bastante antiguo.  Yo no tengo coche, tengo una moto grande, una Yamaha de 500 centímetros cúbicos, pero no quiere que la usemos para viajes largos, le da un poco de miedo.
Cuando pudimos sortear los primeros atascos de salida, ya que en estas fechas, yo creo que salimos todos y Madrid se tiene que quedar vacío, logramos salir ya a la carretera de Burgos, la autovía A-1 que nos va a llevar hasta Santander.
         El paisaje es, hasta la mitad del camino aproximadamente, muy monótono, pero a partir de la provincia de Burgos empieza a cambiar presentando un verdor exuberante y unas vistas fantásticas.
         Por fin llegamos ya a nuestro destino en Suances, una preciosa ciudad turística bastante famosa gracias a los cautivadores paisajes de su entorno natural y a su oferta de ocio y gastronomía
         Nos instalamos en la pensión que reservamos desde Madrid y disfrutamos de una deliciosa cena a base de pescado típico y exquisitos postres de la región.
         No tardamos en conciliar el sueño no sin antes preguntar a la dueña de la casa los lugares más interesantes para visitar. Hicimos una pequeña lista, aunque algunos de ellos nos extrañaron por la descripción que nos dio.
         Al día siguiente, tras tomar  un suculento desayuno, salimos de la pensión en dirección a la librería que nos habían indicado; primer destino que teníamos apuntado. Nos comentaron que esta era como un museo pero muy extraño. Pasamos por donde nos dijeron pero no vimos nada.
         —Miguel, es extraño que no esté, nos hicieron mucho hincapié en que no dejáramos de verla me comentó Ana—, es posible que hayamos pasado por la puerta y no la hayamos visto.
         Efectivamente, retrocedemos y comprobamos que habíamos pasado por delante sin darnos cuenta de su ubicación.
        Llegados a dicha librería, al empujar la puerta de entrada observamos una garita o despacho bastante amplio a la derecha y una puerta a continuación que nos oculta el local.  
        En ella hay un caballero de avanzada edad, yo calculo que cerca de los ochenta años, nos indica que tenemos que sacar un tique para entrar si queremos verlo todo. Es un precio muy económico, pero me parece absurdo pagar para entrar en una librería que a primera vista no vale la pena. 
         —Miguel, ya que estamos aquí no vamos a perder la oportunidad de ver la librería museo que nos han dicho —me dice Ana—, quizás haya algo interesante dentro.
         No muy convencido le contesto:
—Bien, Ana, pero echemos antes un vistazo
Entramos en la dichosa librería, pasando la citada puerta, hay unas estanterías muy grandes con muchos libros muy desordenados, viejos y polvorientos, creo que sin ningún tipo de orden ni por temática ni alfabéticamente ni por autores ni nada.
Damos una vuelta por el interior y con una enorme decepción le pregunto al caballero de la garita.
—Caballero ¿Esto es todo lo que tienen?
—No, —me responde—, por supuesto que no, por eso cobramos a los que quieren verlo todo. Pasen ustedes dentro de la garita.
—Bueno, —le digo—, entonces déme usted dos tiques.
Entonces, el hombre después de cobrarnos los tiques cierra la puerta de la garita con nosotros dentro.
Nos quedamos sin aliento cuando esta empieza a descender como un enorme ascensor. Al llegar a un primer sótano se detiene y delante de nosotros se ilumina una enorme sala en la cual se pueden ver muchos pasillos repletos de estanterías, de mas de cinco metros de altura, con miles de libros, estos si, perfectamente colocados y ordenados por temáticas, autores y hasta incluso antigüedad,  vemos varias estanterías con tomos encuadernados en cuero con exquisitos lomos decorados en oro y plata.
—Este es el paraíso de cualquier lector,— le digo a Ana— sobre todo para un gran aficionado como yo.
Entre los libros también se encuentran pequeñas esculturas y objetos de arte variados.
Al momento la garita empieza su ascensión dejándonos solos en aquel maravilloso sótano que, a la vez, me parece aterrador.
Después de varias horas deambulando entre los libros, ojeando cientos de ellos, descubriendo ese espectacular mundo de papel, Ana se da cuenta de que al final de la sala, en un rincón,  hay una pequeña escalera que baja a otro sótano, alumbrada esta por unas pequeñas antorchas en las paredes como si fuera el pasadizo secreto de algún castillo encantado.
Victimas de la curiosidad decidimos bajar. Ana que es mucho mas decidida que yo, va delante pero de repente se vuelve asiéndose fuertemente de mi brazo. Abajo hay muy poca luz y eso le da mucho miedo.
Llegamos al sótano, escasamente iluminado por unas pocas antorchas. Al fondo de la sala, esta sin ningún estante, con las cuatro paredes vacías, se distinguen cuatro camas, en línea, junto a la pared del fondo. Al acercarnos nos sorprende ver que, en lugar de colchón, tienen agua, pero un agua prácticamente sólida, como si fuera gelatina, además, tibia. Jamás había visto nada parecido.
Después de meditarlo Ana se decide, muy lentamente, y con mucha precaución, primero la toca y después decide tumbarse en una de ellas.
—Miguel, esto es maravilloso, está caliente, y es extraordinariamente confortable y lo mas raro, esta totalmente seca. Es para sentir un perfecto relax.
Me convencen sus palabras y me tumbo en otra de ellas cuando, de repente grita aterrorizada diciéndome:
—Miguel, Miguel: ¡Mira en el techo!
Me quedo paralizado, el techo se mueve, es como un mar de colores tenues, haciendo olas y arrugas a modo de dibujos, como si fuera una masa que esta viva. Se estira y se encoge y cambia de colores y formas caprichosamente, siempre con una belleza sublime.
En el centro del techo hay una gran lámpara, sin luces, que esta continuamente cambiando de formas y tamaños lentamente. Tan pronto es una lámpara de madera, como un gran plafón, un tubo de cristal de varios colores, una araña con muchos brazos, o un gran foco, en fin, algo que jamás me podía haber imaginado y que en combinación con el techo, que cambia continuamente, es un espectáculo inexplicable pero maravilloso.
Medio paralizados de la impresión, rayando en el terror, oímos un leve ruido y subimos a la planta superior a toda prisa. La garita ha bajado y sin pensarlo ni un momento nos adentramos en ella muy asustados.
El guardián según vamos subiendo nos recrimina, hemos cometido un error muy grave al bajar allí y recibiremos un gran castigo por ello, nos dice.
No nos quedamos para saberlo.
No recuerdo como salimos de allí, pero se que según íbamos corriendo giré la vista y ya no se veía el edificio de la librería.
Empezamos a reír estruendosamente, creo que por el susto que teníamos.
Después de un rato tomamos asiento en un banco de la plaza que vimos al final de la calle y nos dispusimos a descansar un poco. La plaza era muy bonita, prácticamente redonda con muchos balcones engalanados de flores asomando a ella.
Los portales que daban a ella también muy artísticos y con enormes puertas de cerrajería.
La plaza estaba prácticamente vacía y de pronto empezaron a anunciar por unos altavoces situados en las farolas:
¡Señoras y Señores, en breve el combate va a empezar! se oye por varios puntos
—¿Qué combate? —nos preguntamos cruzando una atónita mirada.
Al momento, empezaron a salir por varios portales un ejército de hombres, vestidos como soldados romanos en la Edad Media, portando cada uno un enorme escudo rectangular, de casi dos metros de altura. Van a un paso rápido, colocándose por el interior de la plaza, haciendo un círculo perfecto similar a un coso taurino.
Habría ya mas de cien escudos colocados cuando nos dimos cuenta de que nos habíamos quedado solos en el centro, sentados en el banco, como atontados y otra vez asustados. Empujando a dos de los hombres y apartando sus escudos pudimos escapar de allí dentro.
Al momento estaban todos los balcones llenos de gente presta para ver el combate. Nosotros también pudimos verlo desde el balcón de una cafetería al que nos dejaron subir y, la verdad, fue interesante ver un combate de gladiadores; parecía que estaban en su época.
 Antes de terminar, nos fuimos de allí y siguiendo por otra calle vimos al fondo un bullicio de mucha gente.
Nos dirigimos al sitio y vimos que había un mercadillo o zoco de artesanía.  Ana, que es una amante de las antigüedades me indicó que quería entrar en una tienda que teníamos enfrente.
Era una tienda de antigüedades, como todos los zocos, a rebosar de artículos, igual que todas las que había allí.
Llevábamos unos minutos viendo objetos cuando se nos acercó el dependiente y nos indicó que, detrás de una vitrina que teníamos al lado, había una escalera que llevaba a otros dos sótanos con muchas más cosas. Al ver nuestra cara de felicidad nos pidió que tuviéramos mucho cuidado al bajar y subir, los escalones estaban llenos de objetos, no fuéramos a caernos o romper algo.
Efectivamente empezamos a bajar, había escalones tan estrechos que apenas cabía el pie con lo cual tuvimos que bajar muy despacio, hasta incluso saltando alguno.
Por fin llegamos a una sala de dimensiones parecidas a la de arriba. Me quedo sorprendido al ver miles de pequeñas figuras de soldados, de unos quince centímetros de altura con todo lujo de detalles, representando a ejércitos de todas las épocas.
Después de permanecer un largo rato, contemplando todas las antigüedades y objetos de arte, decidimos no bajar a la siguiente planta, la escalera se veía más angosta todavía y apenas se veía luz abajo.
Compramos unas piezas para la decoración de casa y salimos de la tienda.
Ana, se había quedado con las ganas de bajar a la siguiente planta con lo que me pregunta que, si no tengo inconveniente, quería volver y verla.
Mi contestación fue que yo la esperaba ya en la calle, que no bajaba, a lo que accedió de buen grado.
Para moverse mas cómoda me pide deja el bolso mientras ella va a la tienda. Solo coge la cartera.
Aprovechando un sitio para sentarme, justo enfrente de la tienda, me dispongo a esperarla.
En ese momento pasa por delante de la tienda una pequeña procesión de gente disfrazada, muy alegre, con una pequeña banda de música celebrando algo. Debía haber alguna fiesta que no sabíamos.
Calculé que ya había pasado una hora desde que Ana entró en la tienda y empecé a preocuparme. Tuve la brillante idea de llamarla al teléfono móvil y cuando lo oí sonar en el bolso que tenia en la mano  me quede sin habla. No podía comunicar con ella. Crucé rápidamente y al preguntar en la tienda por ella, el dependiente me dice que no sabe nada, que la vio entrar pero que aseguraría que había salido conmigo. Siento un sudor frío, que me sube desde los pies a la cabeza, y empiezo a desesperarme por lo que pueda haberle ocurrido.              
 Bajamos el dependiente y yo otra vez a los sótanos y allí no vimos a nadie.
Me llaman al teléfono en ese momento unos amigos que tenemos en común y que viven allí. Se han enterado de que estamos en su ciudad y nos invitan a cenar. La verdad es que no se que decirles.
—Miguel: A las nueve en casa,  además quiero que me soluciones un problema  del ordenador, que se que tu entiendes de esos chismes, tengo una persona que me esta volviendo loco con sus mensajes y quisiera borrarlo, que ya no me pueda enviar ninguno. Os esperamos a Ana y a ti. —Me dice Rubén, nuestro amigo.
Al fin sale mi querida Ana por una puerta, dos tiendas más abajo de la calle. Me explica que se agobió con la oscuridad del segundo sótano y que intentando retroceder perdió la orientación y salio por la primera puerta que vio con luz. Esa puerta daba a una serie de corredores que comunican varias tiendas de la calle y que deben usarse para ocultar cosas de contrabando o algo parecido. Tardó más de una hora en poder salir.
Me prometió que nunca mas volvería a aventurarse en una excursión así y rompió a llorar.
Cogiéndola por el hombro, llamé a mi amigo que esa noche no podríamos ir, que iríamos al día siguiente a verlos y nos encaminamos a la pensión. Ya habían terminado de cenar en el comedor de ésta, pero a nosotros se nos había ido el apetito. Nos fuimos a la habitación y abrazados caímos en un profundo sueño. Habíamos tenido un día agotador.
 Al día siguiente preferimos ir a la playa. El día era fantástico y decidimos pasar la mañana tomando el sol, a ser posible, sin mas sustos.
Mientras Ana estaba tumbada en la arena, que por cierto, estaba preciosa, yo me fui a dar un paseo por la orilla, no me atreví a entrar en el agua, estaba muy fría. 
A la derecha había unas rocas muy grandes y empezaba un acantilado. Me encamine hacia allí.
Al llegar a las rocas, empecé a trepar por ellas y veo un grupo en la misma orilla del mar que me llena de curiosidad. Oía un ruido parecido a un rumor bastante fuerte.          
         Me acerqué hasta allí y al asomar por entre las rocas, estas tenían unos orificios que estaban llenos de cangrejos. Unos cangrejos muy grandes, de aspecto amenazador moviendo sin parar sus tremendas pinzas. Había cientos de ellos y estaban devorando a una culebra muy grande.            
         La pobre victima ya casi ni se retorcía, apenas les duró un par de minutos. Me quede asombrado cuando al girarme por un lado se acercaba un tropel de los mencionados cangrejos, con un conejo atrapado, llevándolo en volandas totalmente cubierto y rodeado de estos devoradores. La pobre victima no duraría apenas unos minutos con vida, el ruido que salía de los agujeros indicaba un nuevo festín.
Me fui de allí corriendo y al llegar al lado de Ana no la comenté nada. Ya había sufrido ella bastante el día anterior.
Al atardecer, nos dirigimos a casa de nuestros amigos Rubén y Nuria, que ya habíamos quedado el día anterior para cenar.
No conocíamos su casa, así que estuvimos buscando la dirección que nos habían dado quedando gratamente asombrados cuando la encontramos.
          Era una enorme casa, tipo colonial, de las que hay tantas en Cantabria, de color azul celeste, con las ventanas y puertas en blanco, muy bonita.
Al recibirnos nos alegramos todos mucho, nos conocíamos apenas dos años debido a sus muchos viajes a Madrid y habían demostrado que eran unos muy buenos amigos.
Rubén me comentó que vivían junto con sus padres, dos hermanos casados con sus respectivas familias y una hermana soltera. Todos en la misma casa. La verdad es que era enorme.
Pasamos al salón y después de empezar con unas cervezas le dije:
—¿Rubén, donde tienes el ordenador y miramos el problema?
—¡Ah¡ Te lo traigo enseguida, lo tengo aquí mismo —me contestó
Me quede boquiabierto cuando llegó con una caja de metacrilato, de la forma de un ordenador portátil, totalmente transparente. No podía ver como podía ser un ordenador.
Al abrir la tapa, aparece un teclado completo en la parte inferior, con todos los dígitos igual que los usados en los relojes de cuarzo, y en la otra parte una pantalla con todos los iconos igual que una televisión de plasma.
Por fin entro en el correo electrónico y, efectivamente, tiene un personaje que le está incomodando continuamente, se lo paso a remitentes bloqueados y el problema, de momento, queda resuelto.
Apago el ordenador y al cerrar la tapa vuelve a quedar la misma caja de metacrilato transparente.
Empezamos a comentar que es un portátil de muy alta tecnología, yo no había visto ni imaginado nunca nada parecido.
Nos avisan desde el comedor nuestras esposas, la cena ya está lista. Nos sentamos a la mesa disfrutando de una amistad y unos platos fenomenales, exquisitamente elaborados con productos de la zona y servidos con esmero por una asistenta.
Siento la necesidad que la naturaleza del cuerpo humano te recuerda, sobre todo, cuando estas en un momento de felicidad y le pregunto a la bella asistenta donde está el baño. Muy amablemente me indica el camino.
Entro en un pasillo de la casa, enorme con forma de L.  No se porque, pero intuyo que no va a ser fácil encontrar el baño, a derecha e izquierda esta lleno de puertas. Me llama la atención de que en cada puerta hay un nombre y el símbolo del baño. Cada miembro de la familia "Tiene su propio cuarto de baño”.
Al final llego a uno de ellos, que en el cartel pone “amigos” y entro para hacer uso de él.
Al regresar al comedor, veo en la otra dirección otro pasillo, y como me puede la curiosidad, me adentro en él. También hay muchas puertas, estas abiertas, mostrando un salón clásico, otro salón muy moderno, una librería, una sala de juegos para los niños, y otra salita al fondo en la que hay media docena de personas haciendo sus labores domesticas. Aprovechando que no me han visto vuelvo a nuestra reunión.
Terminamos nuestra cena y, después de un estupendo café acompañado de unas copas de un fabuloso brandy añejo, volvemos a nuestra pensión.
Al siguiente día fuimos a dar un ultimo paseo por la ciudad y después de almorzar en un precioso restaurante, y realizar unas últimas compras, regresamos para ya recoger el equipaje y volver a Madrid
La dueña nos recrimina que deberíamos haber dejado la habitación antes del mediodía, y son las cinco de la tarde. Le pedimos disculpas y le decimos que nos vamos enseguida.
—No os preocupéis, —nos dice—, ahora no tengo a nadie esperando hasta mañana, pero me gustan las cosas bien hechas.
Subimos a la habitación a recoger nuestro equipaje y, según estamos llenando nuestras bolsas de viaje, vemos en un rincón de la habitación, un mueble aparador que no habíamos visto antes.
Ana, llena de curiosidad empieza a abrir los cajones.
—Miguel, —me dice—, están llenos de mantelerías, cubiertos, vasos, platos, etc. ¿Esto que hace aquí?
—No lo entiendo esto en una habitación dormitorio, si al menos tuviera un salita seria más lógico.
Cuando bajamos ya para marcharnos, le preguntamos a la dueña por este hallazgo a lo que nos contestó.
—Bueno, es una habitación multiuso, se quita el colchón y las almohadas y con un mecanismo se sube el tablero que hace de somier convirtiéndose en mesa. Traemos unas sillas, y rápidamente se convierte en un comedor, de hecho mañana comerán ocho personas allí.
—Pero ¿como han llevado el aparador? —le pregunta Ana.
—El aparador ha estado siempre allí, pero había un falso tabique delante que se pliega para que no se vea, —nos contesta.
Ana y yo nos miramos, cogemos las bolsas y con una carcajada salimos de la pensión
—Vaya fin de semana más extraño que hemos tenido Miguel, —me comenta Ana.
—La verdad es que hemos tenido unas vivencias que no podíamos imaginar —le comento.
Creo que hemos pasado unos días que no olvidaremos. 
Ana, al poco rato de salir de Suances, quedó profundamente dormida y creo que si no la despierto, podría llegar hasta el fin del mundo sin enterarse.





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