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viernes, 18 de abril de 2014

La avería


      Daniel, era un vagabundo que siempre merodeaba por el barrio viejo de Leganés, al que casi todos los vecinos conocían  y respetaban. Hombre amable, simpático, charlatán, y muy respetuoso con los demás. En su vida había mil y una historias pero, que dada su condición, nadie se paraba a escucharlas.
      Daniel no pedía limosna, no pedía nada, el decía que simplemente la buena voluntad de la gente que pasaba a su lado le mantenía con vida y lo que es mejor, con ganas de vivir. Algunas personas le daban alguna moneda, otras, en rara ocasión le obsequiaban con algo de comida. le gustaba mirar a los ojos a quien le daba algo pues decía que así podía ver su alma y si este accedía, cosa que ocurría muy pocas veces le contaba alguna pequeña historia , alguna batallita de su juventud. Siempre acaba las historias aludiendo a un momento determinado en su vida, un momento concreto que no quería contar.
      Muchas personas le conocían ya que llevaba muchos años en la misma zona y de hecho había gente que se había encariñado con él. Ese fue el caso de Juan, el ferretero de la esquina, al lado de donde habitualmente se ponía Daniel muy a menudo.
     Un domingo, Juan fué a su ferretería a recoger un encargo que le hizo una vecina el dia anterior y que había olvidado. Al verle, Daniel le preguntó si también iba a trabajar en Domingo, a lo que el ferretero le contestó que no, que simplemente iba a recoger un encargo. Como tenía mucho tiempo libre, le dijo a Daniel que  le contase esa historia, que tantas veces había querido oír, pero que este no se atrevía. Tras una breve pausa, y después de pensarlo una rato, le contestó que se alegraba mucho de que se lo hubiera pedido, hacia tiempo que  el quería contárselo a alguien, pero “tenia que ser una persona de confianza"
     La historia era escalofriante, era propia de un verdadero demente. Daniel le contó que, desde joven, era medio hombre y medio robot, sobre todo la parte de la cabeza, decía que tenia un mecanismo artificial para pensar.
     Recordaba que tenía una casa donde vivía muy holgadamente, que además tenía una pequeña fortuna invertida en bancos y una pequeña casa de campo al pie de la montaña, donde iba muchos fines de semana.
     Todo esto lo recordaba ahora vagamente, ya que cuando tenía cuarenta y dos años una nave espacial lo raptó, o como se dice ahora, lo abdujo. Le tuvieron secuestrado en la nave y le hicieron muchas pruebas durante las cuales estuvo sin sentido. Esto averió la parte de robot que tenía en la cabeza, quizá debido a los campos magnéticos  o a los rayos y fuerzas eléctricas a que le habían sometido.
     Esta avería le produjo un lavado de cerebro que le hizo olvidar todo lo que sabia, olvidó donde vivía, donde estaba la casa de campo, prácticamente todo, e incluso olvidó su propia identidad, no sabiendo ni quien era.
     Esto último lo pudo subsanar cuando un día la policía le pidió el documento de identidad y claro, no lo tenía. Lo llevaron a la comisaría y allí, tras un arduo esfuerzo consiguieron identificarlo, pero sin llegar a saber donde vivía.
     Siempre pensó que algo se había dejado o le habían quitado en la nave, ya que no recordaba prácticamente nada de su pasado. Esperaba que en algún momento regresaran  para llevarle de nuevo y repararle la avería del cerebro, su parte de robot, para así poder volver a su estado anterior.
     Juan, lógicamente le miraba confuso, amagando una risa irónica y haciendo como que le entendía, pues en el fondo le tenía cierto cariño. Cuando Daniel terminó su historia, Juan se dispuso a marcharse cerrando la ferretería. Se despidieron con una promesa firme, que el ferretero no  contaría nunca a nadie lo que había escuchado, y que por supuesto le guardaría el secreto.
     Al despedirse, Juan advirtió en la parte trasera del pelo del vagabundo, una gran marca, parecida a una cicatriz, dejaba ver una  pequeña pieza metálica en la cabeza. Quedó atónito, era cierto,pudiera ser que tuviera parte del cerebro artificial, como un robot.
     Curiosamente ya no volvieron a verse, siempre quedó la duda de si sería verdad la historia que le había contado o si realmente estaba loco, como creyó desde el principio.

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