Empezaba de
nuevo la jornada en la estación lunar Selene, una extraordinaria base situada
en suelo de nuestro satélite desde hacia tres años. Su equipamiento, de las mas
alta tecnología conocida hasta el momento, estaba funcionando a la perfección,
controlada por cuatro astrofísicos del mas alto nivel, entre los que se
encontraba Martín Castro, conocido entre sus compañeros como MC, entre ellos siempre
se nombraban por sus iniciales.
MC quería ese día dar su último
paseo lunar, dos días después regresaría a La Tierra, su misión había cumplido
ya los tres meses de permanencia y por seguridad no debía estar ya mas tiempo
en ninguna base espacial. Era una normativa establecida desde el principio de
los experimentos espaciales a fin de evitar daños de salud en las personas.
Se había preparado para ello y,
con la ayuda de sus compañeros, se colocó el traje preparado para tal fin. Con
una gran emoción y, animado por el resto del equipo, salió de la base en
dirección a unos pequeños montículos cercanos. Esa distancia era, quizás, la
mas larga que haría en su vida en suelo lunar.
Muy lentamente, y con todo tipo
de precauciones MC se dirigió hacia dicha zona, inexplorada por él hasta el
momento.
Desde allí la vista de La Tierra
era espectacular, un verdadero lujo al alcance de muy pocos. Podía verse, además,
un tornado de debería ser de grandes proporciones sobre el océano Pacífico, lo
que hacía, todavía mas si cabe, un verdadero placer de admirar nuestro planeta
desde allí.
Muy lentamente, al llegar a la
base del primer montículo, inició la subida. Al no haber gravedad, no necesitaba
ningún esfuerzo físico, pero el problema estaba precisamente en eso, cualquier
salto o un fuerte impuso podría despegarlo del suelo con unas consecuencias
catastróficas.
Al llegar al borde de la cima, su
atención quedo fijada en un objeto al otro lado del promontorio. Había en el
suelo un objeto que lo dejó perplejo: un sombrero de copa negro, como los
utilizados en las grandes ceremonias de antaño. No podía entender aquello, un
sombrero en suelo lunar. Miró hacia La Tierra y viendo el tornado, le pasó,
fugazmente, por la imaginación que un fuerte viento lo hubiera llevado allí,
pero no era posible. Quizá una broma de sus compañeros, quizá una alucinación,
no sabía que pensar. Sus compañeros en la base al oír sus comunicaciones no
podían dar crédito al hecho.
Martín estaba confuso, de pié en
el borde del montículo pensaba que la estancia en la base, al final, le había
jugado una mala pasada mental.
Sintiéndose inmóvil y muy asustado,
notó unos pequeños golpes en el hombro a la vez que oía una voz.
—Martín, Martín,
despierta ya, vas a llegar tarde a la universidad, hoy tienes ese examen tan
importante de astronomía —le decía Aurora, su madre.
Que desilusión, todo había sido
un fantástico sueño.