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miércoles, 25 de agosto de 2021

Precioso viaje

 

 

   Ya teníamos todo preparado para el gran viaje de novios o, como se dice habitualmente, luna de miel. Los nervios atenazaban nuestro cuerpo, casi no pudimos pegar ojo esa noche por la emoción que esperábamos tener en la experiencia.

   Al día siguiente, antes de sonar el despertador, ya estábamos despiertos y listos para llegar al aeropuerto.

   Embarcamos en vuelo rumbo a Turquía. Viaje con destino a Capadocia, región histórica de Anatolia central, declarada en 1985 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

   Nos alojamos en un precioso hotel en Görembe, construido en el interior de una cueva, de las miles de ellas que forman la región. Es un paisaje de altas rocas todas perforadas dando una imagen nunca vista y única en el mundo. Forman altas chimeneas puntiagudas además de multitud de galerías subterráneas.

   Al día siguiente muy temprano nuestro guía ya esperaba en recepción. Era el piloto que iba a conducirnos en nuestro viaje en globo aerostático, atracción principal de la zona junto con la vista de las rocas perforadas. Habíamos visto en los folletos que era una auténtica maravilla la observación del paisaje además de la cantidad de globos que viajaríamos juntos.

   – ¿Sabes que a estas formaciones rocosas las llaman también las chimeneas de las hadas? – me dijo Sara mi esposa.

   –Sí lo había oído, y en algún folleto lo indicaba, –le contesté–. Pero ya sabes que soy muy incrédulo para esas cosas.

   Viajamos con el piloto en vehículo todoterreno hacia el lugar que parecía el más idóneo para aprovechar el viento en el vuelo de ese día. El inflado del globo es verdaderamente emocionante y hace que te vaya subiendo la adrenalina por momentos.

   Por fin despegamos, lo que nos produjo una presión en el corazón, llegando a la altura de trescientos metros sobre el suelo, la recomendada para este tipo de vuelos. El viento fresco que nos rodeaba empujaba suavemente el globo, viendo la amplitud del insólito paisaje bajo nuestros pies. Al fondo el horizonte se curvaba, regalándonos una imagen muy difícil de olvidar. Una enorme llanura verde alrededor de las formaciones contribuía a resaltar el contraste de los espectaculares colores.

   Tras veinte minutos de vuelo nuestro piloto nos hizo una indicación hacia una de las chimeneas rocosas. En principio no observamos nada, momentos después pudimos ver como unos seres diminutos salían por una de las cuevas más altas y se dirigía hacia nuestro globo en perfecta hilera, rodeados de una estela de pequeñas luces. No podíamos creerlo, en unos momentos el cesto donde estábamos quedo envuelto de una multitud de hadas fantásticas. No podía haber imaginado nunca unos seres tan hermosos. De colores vivos, verdes, rosas, amarillos, naranjas, azules, con unas alas casi trasparentes y rodeados siempre por una lluvia de diminutas luces muy brillantes.

   Dando vueltas alrededor de donde estábamos, a esa altura, divisando también ese extraordinario paisaje, llegamos a pensar que estábamos en un sueño. Sara y yo nos mirábamos atónitos hasta que nos dimos un pequeño pellizco para asegurarnos que no era un sueño.

   Eymen, nuestro piloto, no pudo evitar una sonora carcajada. Más tarde nos comentó que todo el mundo hacia los mismo, pellizcarse para comprobar que no estaban soñando.

   Las doce hadas que nos visitaban tenían una preciosa cara exhibiendo una amplia sonrisa, eran realmente muy bellas y denotaban una simpatía sin límite.

   Estuvieron con nosotros rodeando la barquilla donde estábamos. No podíamos creer lo que estábamos viendo. Momentos después, la primera hada nos guiñó un ojo y, en una perfecta fila, descendieron todas hacia las rocas, subiendo después para su visita a otro de los globos.

   Era increíble, no podíamos contar la cantidad de globos que se veía a nuestro alrededor. Le preguntamos a Eymen si era normal la visita de las hadas a todos los globos cada día. Este nos respondió que no, que era muy raro y que solo lo hacían cuando notaban unas personas realmente especiales, que emanaban amor por todos los lados, a lo que ellas acudían para afianzar dicho cariño.

   De regreso, también disfrutamos de un extraordinario aterrizaje, y más tarde vuelta a nuestro hotel en el mismo vehículo, atravesando la inmensa llanura antes de llegar a la zona rocosa. Ya de noche la panorámica de Capadocia era realmente extraordinaria. Sus luces saliendo de las cuevas hacían creer que era la ciudad de los sueños.

   Esa noche, comentando lo que habíamos vivido nos prometimos que repetiríamos esa experiencia otra vez, a ser posible.

 

 

 

sábado, 3 de abril de 2021

El primer salto

 


Ricardo había llegado al aeródromo de Ocaña, en la provincia de Toledo alrededor de las diez de la mañana. Estaba esperándole Andrés, el paracaidista profesional y monitor que le acompañaría en su primer salto.

La reserva estaba hecha desde hacía más de un mes, regalo de sus padres y hermana con motivo de la reciente graduación como ingeniero. Era el regalo que Ricardo llevaba años deseando, un salto en paracaídas. Después una buena comida con la familia pondría el broche final a un día de aventura.

Al llegar, en la recepción del aeródromo, Andrés le facilitó unas sencillas explicaciones para que supiera todo lo necesario al realizar un salto en tándem.

 Esto consistía en lo siguiente: Andrés, el instructor, iría unido a Ricardo con unos amarres, equipado con un paracaídas diseñado especialmente para soportar el peso de las dos personas. Era obligatorio que Ricardo no llegara al peso de cien kilos, pues no podrían realizar el salto. Afortunadamente, no pesaba más de ochenta y cinco kilos.

Disipadas todas las dudas y tras una pequeña charla para calmar los nervios, ambos embarcaron en el avión.

Tras una media hora de vuelo, a la altura de cuatro mil metros, Andrés preparó todo para el salto que harían unos momentos después. También saltaría con ellos Jorge, otro paracaidista profesional que se situaría frente a ellos con el fin de grabar las imágenes del evento. Ya le habían comentado a Ricardo que la cara de susto estaba garantizada.

Momentos después, una luz verde se encendió dentro de la cabina y se dispusieron para el salto. Andrés le preguntó en ese instante si estaba dispuesto a saltar, contestando este afirmativamente.

A Ricardo no le dio tiempo tan siquiera a pensarlo, cuando quiso abrir los ojos estaban volando, en caída libre, llegando en unos momentos a bajar a una velocidad cerca de los doscientos kilómetros por hora.

Enormemente emocionado no podía creer lo que estaba viendo. Desde la altura se podía distinguir los campos de cultivo, cuadrados, perfectamente roturados, un arroyo en el filo de una gran vereda, algún camino que comunicaba los distintos campos, etc. En resumen un paisaje precioso a vista de pájaro.

También y a poca distancia Jorge, con una cámara en el casco y otra en las manos, grababa todos los movimientos.  Un chorro de adrenalina subía por el cuerpo de Ricardo en esos momentos.

Al poco tiempo, vio como Jorge abría su paracaídas, de un color verde precioso , sintiendo como un fuerte tirón frenaba su cuerpo. Ricardo pensó que enseguida sucedería lo mismo con el de su instructor que sujetaría a ambos.

Ricardo tuvo un enorme sobresalto cuando comprobó de inmediato que estaba solo en el aire. Nadie estaba tras él  y no disponía de ningún enganche ni ningún paracaídas que pudiera amortiguar su golpe contra el suelo. No había notado que se hubiera desenganchado del instructor.

El pánico se apoderó de él viendo cómo se aproximaba rápidamente al suelo y no podía evitarlo, intentó gritar, pero debido al fuerte aire que golpeaba  su cara no pudo emitir ningún sonido. Lo único que quedaba era cerrar los ojos y despedirse de este mundo para siempre.

Sintió un golpe; en todo el cuerpo notaba el contacto del frio suelo, boca abajo, con los brazos pegados al cuerpo, las piernas rectas y juntas. No sabía que pasaba, ni quería abrir los ojos. Pero una duda le atenazaba, si estaba muerto ¿Cómo podía sentir el dolor? También esperaba ver, de un momento a otro, como su espíritu se elevaba pudiendo ver desde arriba su cuerpo inerte. Lo había visto en muchas películas.

Angustiado creyó oír una voz cercana y conocida.

–Ricardo, Ricardo, ¿Qué te ha pasado?, ¿Te has caído de la cama?

                –Espero que no te hayas hecho daño. –Le indicaba su madre de pie junto a él.

–Vete vistiendo ya, recuerda que tenemos que ir a Ocaña. Hoy es el día de tu salto en paracaídas y estamos ansiosos de que disfrutes un gran día.

Ricardo no salía de su estupor. Todo había sido un sueño. Ahora dudaba si acudir a su cita o no.