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sábado, 3 de abril de 2021

El primer salto

 


Ricardo había llegado al aeródromo de Ocaña, en la provincia de Toledo alrededor de las diez de la mañana. Estaba esperándole Andrés, el paracaidista profesional y monitor que le acompañaría en su primer salto.

La reserva estaba hecha desde hacía más de un mes, regalo de sus padres y hermana con motivo de la reciente graduación como ingeniero. Era el regalo que Ricardo llevaba años deseando, un salto en paracaídas. Después una buena comida con la familia pondría el broche final a un día de aventura.

Al llegar, en la recepción del aeródromo, Andrés le facilitó unas sencillas explicaciones para que supiera todo lo necesario al realizar un salto en tándem.

 Esto consistía en lo siguiente: Andrés, el instructor, iría unido a Ricardo con unos amarres, equipado con un paracaídas diseñado especialmente para soportar el peso de las dos personas. Era obligatorio que Ricardo no llegara al peso de cien kilos, pues no podrían realizar el salto. Afortunadamente, no pesaba más de ochenta y cinco kilos.

Disipadas todas las dudas y tras una pequeña charla para calmar los nervios, ambos embarcaron en el avión.

Tras una media hora de vuelo, a la altura de cuatro mil metros, Andrés preparó todo para el salto que harían unos momentos después. También saltaría con ellos Jorge, otro paracaidista profesional que se situaría frente a ellos con el fin de grabar las imágenes del evento. Ya le habían comentado a Ricardo que la cara de susto estaba garantizada.

Momentos después, una luz verde se encendió dentro de la cabina y se dispusieron para el salto. Andrés le preguntó en ese instante si estaba dispuesto a saltar, contestando este afirmativamente.

A Ricardo no le dio tiempo tan siquiera a pensarlo, cuando quiso abrir los ojos estaban volando, en caída libre, llegando en unos momentos a bajar a una velocidad cerca de los doscientos kilómetros por hora.

Enormemente emocionado no podía creer lo que estaba viendo. Desde la altura se podía distinguir los campos de cultivo, cuadrados, perfectamente roturados, un arroyo en el filo de una gran vereda, algún camino que comunicaba los distintos campos, etc. En resumen un paisaje precioso a vista de pájaro.

También y a poca distancia Jorge, con una cámara en el casco y otra en las manos, grababa todos los movimientos.  Un chorro de adrenalina subía por el cuerpo de Ricardo en esos momentos.

Al poco tiempo, vio como Jorge abría su paracaídas, de un color verde precioso , sintiendo como un fuerte tirón frenaba su cuerpo. Ricardo pensó que enseguida sucedería lo mismo con el de su instructor que sujetaría a ambos.

Ricardo tuvo un enorme sobresalto cuando comprobó de inmediato que estaba solo en el aire. Nadie estaba tras él  y no disponía de ningún enganche ni ningún paracaídas que pudiera amortiguar su golpe contra el suelo. No había notado que se hubiera desenganchado del instructor.

El pánico se apoderó de él viendo cómo se aproximaba rápidamente al suelo y no podía evitarlo, intentó gritar, pero debido al fuerte aire que golpeaba  su cara no pudo emitir ningún sonido. Lo único que quedaba era cerrar los ojos y despedirse de este mundo para siempre.

Sintió un golpe; en todo el cuerpo notaba el contacto del frio suelo, boca abajo, con los brazos pegados al cuerpo, las piernas rectas y juntas. No sabía que pasaba, ni quería abrir los ojos. Pero una duda le atenazaba, si estaba muerto ¿Cómo podía sentir el dolor? También esperaba ver, de un momento a otro, como su espíritu se elevaba pudiendo ver desde arriba su cuerpo inerte. Lo había visto en muchas películas.

Angustiado creyó oír una voz cercana y conocida.

–Ricardo, Ricardo, ¿Qué te ha pasado?, ¿Te has caído de la cama?

                –Espero que no te hayas hecho daño. –Le indicaba su madre de pie junto a él.

–Vete vistiendo ya, recuerda que tenemos que ir a Ocaña. Hoy es el día de tu salto en paracaídas y estamos ansiosos de que disfrutes un gran día.

Ricardo no salía de su estupor. Todo había sido un sueño. Ahora dudaba si acudir a su cita o no.

 

 

 

 

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