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domingo, 27 de febrero de 2022

Mala suerte

 

 

            Yolanda esperaba a Jonathan bajo el dintel de la puerta de la estación. El tren estaba a punto de llegar, pero todavía faltaban diez minutos según el reloj colgado en la pared del andén.

            Jonathan regresaba a su localidad después de haber ido a presentar el libro, mejor dicho, el borrador del primer libro que había escrito a una famosa editorial de Barcelona.

            Yolanda esperaba con ansiedad, aunque sabía de sobra que no traería noticia alguna sobre la aceptación de la obra, normalmente las editoriales tardaban como mínimo de tres a cuatro meses en dar una contestación.

            Encendió el clásico cigarrillo que, como todo fumador sabe, hace que enseguida llegue el tren, coche, autobús, etc. que estas esperando y así no dé tiempo a fumarlo entero.

            Efectivamente, en unos pocos minutos llegó el tren que traía de vuelta a su esposo Jonathan.

            Cuando este descendió del vagón al andén, en el rostro reflejaba disgusto, cansancio y parecía también que hubiera tenido una gran decepción.

            Yolanda, automáticamente, cambió su semblante de risueño a preocupado en décimas de segundo. Intuía que algo no iba bien, que algo malo había pasado.

            Al encontrarse juntos, tras los besos y abrazos de bienvenida, Jonathan con cara muy seria le comentó lo que le había sucedido.

            Cuando llego con el tren a la ciudad, tomo un taxi para dirigirse a la editorial.

            Desafortunadamente en el trayecto sufrieron un golpe con otro vehículo. El conductor del taxi, de muy mal humor, descendió del coche y empezó a discutir con el que conducía el otro vehículo sobre la mala maniobra que había hecho, originando el accidente.

            Ambos empezaban a acalorarse y a subir el tono de la discusión a lo que Jonathan creyó conveniente descender del taxi e intervenir para calmar los ánimos. Realmente las compañías de seguros se harían cargo de la reparación de los vehículos.

            Por fin ambos conductores se calmaron y tomaron sus documentaciones a fin de rellenar los correspondientes partes de siniestro para las compañías de seguros. Entonces Jonathan regreso al interior del coche.

            Si le hubieran pinchado con un alfiler no habría sentido dolor alguno de lo paralizado que se quedó. El maletín donde llevaba toda la documentación, el  teléfono móvil, así como el borrador de su libro, había desaparecido del asiento.

            Parecía un chiste de mal gusto, pero en el barullo del golpe le habían robado, le habían dejado con lo que llevaba puesto. Ni tan siquiera tenía encima ninguna documentación personal.

            Angustiado tuvo que emplear prácticamente todo el día entre la jefatura de policía para poner la correspondiente denuncia, el banco para poder obtener algo de dinero con la copia de la denuncia y más tarde ir a la estación para poder obtener otro billete con el que poder regresar a su localidad. Tampoco había podida pagar el trayecto del taxi, aunque quedo de acuerdo con el taxista en enviarle el importe mas adelante.

            Yolanda trataba de calmarle como podía, llegando también a la conclusión que quizá fuera el único escritor que deseaba que su borrador fuera un fracaso, que fuera totalmente rechazado por la editorial.

Solo faltaba que el ladrón triunfara con su libro.

sábado, 26 de febrero de 2022

Caos

 

 

Habíamos entrado ya en el año 2046. La sombra del hambre empezaba a posarse sobre la mayoría de los países. La superpoblación estaba acabando con los recursos naturales.

      La extracción de muchos minerales, primordiales para la fabricación de los artículos de primera necesidad, estaba llegando a su fin, a su total agotamiento. La agricultura y la ganadería no producían apenas la cantidad necesaria para el sustento de la población, siendo algunos productos muchas veces alterados intentando aumentar la cantidad, así como abaratar los precios, disminuyendo por tanto gran parte de los controles de calidad, y en consecuencia facilitar los brotes de nuevas enfermedades, muchas de ellas con un desenlace fatal. 

Habían explorado exhaustivamente nuestro satélite, La Luna, con el fin de obtener minerales que pudieran suplir a los ya agotados o en fase de exterminio de los utilizados en el planeta. Se gastó una ingente cantidad de medios tanto económicos como técnicos sin haber conseguido ningún fruto. Solo se encontraron arenas inservibles y polvo, sin ninguna propiedad útil o aprovechable

      Unos años atrás, en la mayoría de los países ya se había prohibido la entrada  de población inmigrante, estando totalmente controlada la que ya estaba asentada, intentando que retornaran a sus países de origen, por muy precaria que pudiera ser la situación en estos.

     También una férrea legislación prohibía la concepción de más de un hijo por familia, es decir, una familia no podía tener más de tres miembros. No estaba permitida en las parejas de hecho o del mismo sexo la adopción de niños, evitando así que pudiera haber un mercado de seres humanos.

      Así mismo, mucho tiempo atrás la tenencia o cuidado de mascotas como perros, gatos, pájaros, etc. estaba totalmente prohibida y duramente perseguida con la captura y sacrificio de las mismas.

     Estas leyes, en los países menos desarrollados, sobre todo en el continente africano, ocasionaban una pobreza sin parangón, ya que algunas etnias o tribus dependían de un número elevado de miembros familiares para su subsistencia mediante la caza, necesitaban ser muy numerosos con el fin de poder localizar y acorralar a las presas más fácilmente.

     Todo el sistema estaba dirigido por un gobierno único que controlaba todo el planeta. Su líder era elegido cada dos años en unas arduas y muy complicadas elecciones, tras un sinfín de votaciones, celebradas en todos los países al mismo tiempo

     Una vez elegido uno por cada país, entre estos se hacia una nueva votación para nombrar un único líder y diez ministros a su cargo. No había ninguna coalición. El que más votos obtenía era el nombrado para gobernar.

     Cada primer lunes de mes este líder, acompañado de su pequeño sequito con el que formaba el gobierno, ataviados siempre con unos trajes de colores muy llamativos con el fin de imponer un respeto total, se dirigían a través de todos los medios públicos, como televisión, radio, redes sociales y prensa. a toda la población del planeta, en un elaborado discurso para resumir el estado del planeta, las carencias y necesidades y los escasos beneficios obtenidos hasta ese momento, así como los avances realizados para recuperar el funcionamiento normalizado de la sociedad, discurso que era traducido simultáneamente al idioma de cada país,.

      Una legislación extremadamente dura y eficaz controlaba el abastecimiento de alimentos y de todos los productos de primera necesidad, como los medicamentos e incluso el vestuario, intentando evitar el almacenaje o acaparamiento de productos y a la vez controlando no existiera ningún tipo de reventa. Cualquier cosa que sobrara debía ser entregada en los almacenes previstos para este fin y su posterior reciclaje.

    Aparentemente, este era el tipo de sociedad ideal, perfectamente controlada. Un sistema correcto para el mantenimiento del planeta, intentando de manera eficaz y natural controlar el exceso de población y volver a tener las fuentes de suministro totalmente equilibradas.

Realmente no era así, tan extraordinario, originaba un futuro distópico. No se podía imaginar que realmente sería un fracaso. Un sistema que era como poner un velo delante de la realidad, ocultando los problemas pero a la vez dejándolos entrever y haciendo que las personas tuvieran conocimiento vagamente de ellos.

      Al haber un control de natalidad, la población activa, en breve sería muy inferior a la pasiva, a la que vivía jubilada, con una pensión, un desempleo o ayudas sociales. En breve por cada persona que trabajara, habría dos que no lo harían con lo que el equilibro monetario y social estaba destinado al caos en un espacio de tiempo muy breve.

      Y ya empezaba a notarse…

 

 

 


Paralelismos lejanos


 

         Recuerdo aquella vez, aquel sitio, aquel momento, tan especial, tan hermoso, bañado por aquella luz tan tenue, tan melancólica, aquellos rayos de sol, agonizantes, entrando por las rendijas de aquella persiana, dando a aquel rincón una tonalidad fantasmagórica, a aquel rincón que quería ser el favorito de la estancia y a aquella puerta por la que yo entré, por la que al cruzarla vi a la diosa de los cabellos de oro, a aquella mujer tan hermosa, aquel cuerpo tan armoniosamente perfecto, a aquella sonrisa pícara que hubiera sido capaz de derretir al mismísimo diablo.

         Su vestido rojo, entallado, escotado, dejándome imaginar los encantos más perfectos que yo fuera capaz de adivinar.

         Esperándome, deseosa, ardiente, con una copa de vino en la mano.

         Habíamos estado lejos, muy lejos, no en la distancia, sino en el alma, en el amor, en la comprensión. Aquel reencuentro, aquella tarde tan perfecta, tan sutil, tan larga pero a la vez tan corta. Preámbulo de aquella noche de pasión, de frenesí, de lujuria, de tanta intimidad, otra vez, entre los dos.

         Era aquella la noche de mis sueños, de mis fantasías, la de mi universo de estrellas.

         Volvía a estar con la mujer que más feliz me había hecho en mi vida.

         La pasión fue estremecedora, agotadora y a la vez inacabable, acompañada del efecto y del encanto de aquella copa y de aquellas fresas con chocolate que había preparado de antemano.

         Cuerpo contra cuerpo, empezando a asomar las primeras gotas en la piel, quizás debido al calor, quizás debido a nuestro acaloramiento.

         Fundidos como uno solo, disfrutando, amando, susurrando placer. En perfecta sucesión de movimientos.

         Deseaba que durara toda la eternidad, o al menos, un millón de años, pero no, aquello sabíamos que acabaría pronto y lo supimos enseguida.

         El cohete estalló y derramó sus luces de colores, de alegría, de placer.

         Exhaustos, agotados, bañados por el amor líquido desprendido de nuestros cuerpos, fundidos en un abrazo interminable llegamos al fin, a la realidad.

         En poco tiempo teníamos que volver al presente, al sinsabor, al desengaño, a la rutina, a casa.

 

 

 

 


 

El Secreto

 

Aquel era el segundo día de lucha, desesperada, cruenta. Habían muerto prácticamente todos, tanto de un bando como del otro, más de ciento cincuenta aguerridos hombres yacían brutalmente mutilados, desmembrados, abiertos en heridas escalofriantes. Las espadas no podían soportar más sangre, habían atravesado o rasgado muchos cuerpos humanos, demasiados, quitando vidas que estaban empañadas en conseguir apoderarse de aquel secreto. Ya solo quedaban dos hombres, los más fuertes, vigorosos, valientes y decididos a acabar con aquella batalla.     Uno por cada bando y ambos con la misma intención, luchar hasta el final, hasta morir, como habían hecho sus compañeros, sus más fieles luchadores.

No habría prisioneros, los invasores habían ganado durante tiempo un prestigio aterrador. No dejaban jamás a nadie con vida , disfrutando además de desmembrar y hacer sufrir hasta la muerte a sus enemigos, hasta incluso sus mujeres tenían a gala cortar las partes nobles de los enemigos muertos o agonizantes para exhibirlas como trofeos. Eran los soldados con fama de más crueldad de aquella época, hasta el punto que muchos pueblos tan solo con oír sus nombres vivían aterrados.
          Aquel secreto había cobrado ya muchas vidas, quedaban solo dos y ninguno de ellos estaba dispuesto a compartirlo ni a perderlo.
Ambos se conocían bien, se habían batido muchas horas y aunque estaban exhaustos no iban a rendirse ni a presentar síntomas de flaqueza ante su enemigo.
         Después de un momento de descanso, lo que tardaron en cruzar las miradas y acercarse uno a otro a paso lento, preciso, tanteando el terreno que los separaba, se encarnizaron en la última lucha a muerte, sin piedad, con todas sus fuerzas que ya eran pocas. Las espadas cruzaban el aire secando con este la sangre de tantos cuerpos a los que habían dado muerte.

Ya casi no podían con su propio cuerpo, el peso de la espada, de su propia espada a veces les hacía perder el equilibrio hasta que, en un traspié uno de ellos cayó aparatosamente al suelo. La fatiga le impidió levantarse rápidamente, su espada había quedado fuera del alcance de su mano. Sintió la angustia de la muerte. Quiso implorar clemencia pero su adversario ya estaba atravesando con la espada su pecho para llegar al corazón. Un esbozo de sonrisa y a la vez placer se dibujaba en sus labios. Fue la última imagen que pudo ver, después todo fue oscuro, en tinieblas.
         El vencedor se hizo con el cáliz, el secreto tan bien guardado en aquel cofre que unos defendieron y otros ansiaron hasta dar su vida por ello.
Por fin arrebatado, solo uno de ellos, el vencedor, bebió aquel vino, aquel afrodisíaco líquido que sabía le daría la vida eterna, que lo haría inmortal. Por eso siempre estuvo custodiado.
Su leyenda en la base de la copa decía que para dar la inmortalidad de uno muchos otros deberían morir, y así fue.