Yolanda esperaba a Jonathan bajo el
dintel de la puerta de la estación. El tren estaba a punto de llegar, pero
todavía faltaban diez minutos según el reloj colgado en la pared del andén.
Jonathan regresaba a su localidad
después de haber ido a presentar el libro, mejor dicho, el borrador del primer
libro que había escrito a una famosa editorial de Barcelona.
Yolanda esperaba con ansiedad,
aunque sabía de sobra que no traería noticia alguna sobre la aceptación de la
obra, normalmente las editoriales tardaban como mínimo de tres a cuatro meses
en dar una contestación.
Encendió el clásico cigarrillo que,
como todo fumador sabe, hace que enseguida llegue el tren, coche, autobús, etc.
que estas esperando y así no dé tiempo a fumarlo entero.
Efectivamente, en unos pocos minutos
llegó el tren que traía de vuelta a su esposo Jonathan.
Cuando este descendió del vagón al
andén, en el rostro reflejaba disgusto, cansancio y parecía también que hubiera
tenido una gran decepción.
Yolanda, automáticamente, cambió su
semblante de risueño a preocupado en décimas de segundo. Intuía que algo no iba
bien, que algo malo había pasado.
Al encontrarse juntos, tras los
besos y abrazos de bienvenida, Jonathan con cara muy seria le comentó lo que le
había sucedido.
Cuando llego con el tren a la
ciudad, tomo un taxi para dirigirse a la editorial.
Desafortunadamente en el trayecto sufrieron
un golpe con otro vehículo. El conductor del taxi, de muy mal humor, descendió
del coche y empezó a discutir con el que conducía el otro vehículo sobre la
mala maniobra que había hecho, originando el accidente.
Ambos empezaban a acalorarse y a
subir el tono de la discusión a lo que Jonathan creyó conveniente descender del
taxi e intervenir para calmar los ánimos. Realmente las compañías de seguros se
harían cargo de la reparación de los vehículos.
Por fin ambos conductores se
calmaron y tomaron sus documentaciones a fin de rellenar los correspondientes
partes de siniestro para las compañías de seguros. Entonces Jonathan regreso al
interior del coche.
Si le hubieran pinchado con un
alfiler no habría sentido dolor alguno de lo paralizado que se quedó. El
maletín donde llevaba toda la documentación, el
teléfono móvil, así como el borrador de su libro, había desaparecido del
asiento.
Parecía un chiste de mal gusto, pero
en el barullo del golpe le habían robado, le habían dejado con lo que llevaba
puesto. Ni tan siquiera tenía encima ninguna documentación personal.
Angustiado tuvo que emplear
prácticamente todo el día entre la jefatura de policía para poner la
correspondiente denuncia, el banco para poder obtener algo de dinero con la
copia de la denuncia y más tarde ir a la estación para poder obtener otro
billete con el que poder regresar a su localidad. Tampoco había podida pagar el
trayecto del taxi, aunque quedo de acuerdo con el taxista en enviarle el
importe mas adelante.
Yolanda trataba de calmarle como
podía, llegando también a la conclusión que quizá fuera el único escritor que
deseaba que su borrador fuera un fracaso, que fuera totalmente rechazado por la
editorial.
Solo
faltaba que el ladrón triunfara con su libro.
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