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viernes, 22 de julio de 2016

¡Quiso ser libre!



            El anciano encontró la llave en el lugar previsto, en el fondo de un macetero, al lado de la puerta de su casa. Elías había depositado allí una copia de la llave de su hogar, a sabiendas de que, algún día, volvería a por ella. Los rosales del macetero habían muerto todos pero su tesoro estaba a buen recaudo, escondido al fondo de la tierra que estos tenían de base.
            Once meses atrás había fallecido su esposa, en extrañas circunstancias, debido según los médicos, a una inexplicable insuficiencia respiratoria. Ninguno de lo doctores que la atendió fue capaz de comprender el motivo de dicha enfermedad, tan rápida como letal.
            Tres ese trágico percance, su único hijo intentó en varias ocasiones llevarle a su casa para evitar que viviera solo, estando así perfectamente atendido por él y su esposa, ya que afortunadamente vivían sin problemas económicos, en una gran casa a las afueras de la ciudad
            Elías era ya un anciano de ochenta y tres años, gozaba de una buena salud, aunque en algún momento ya había dado algún susto a su familia. Era de carácter introvertido, poco amable y totalmente autodidacta. No admitía, o al menos le costaba un gran esfuerzo, ningún consejo y, por supuesto, quería vivir siempre haciendo lo que dispusiera su terca voluntad.
            Elías había puesto mucha resistencia aunque, por fin, su hijo consiguió llevarle con él y su familia a su casa, a escasos cien kilómetros de la aldea donde el viejo vivía.
            El anciano no se adaptaba a la ciudad, estaba horrorizado por el tráfico, no entendía las técnicas modernas como los ordenadores, los contactos por WhatsApp, el operar en los cajeros de los bancos, porque en la ventanilla no le atendían para sus escasos movimientos, etc. Mucho menos se adaptaba a las comidas prefabricadas, a las que su familia era bastante aficionada. Nunca quería comer algo que, según él,  estaba cocinado sin saber ni cómo ni donde.
            A los pocos meses de vivir allí con su familia, ocurrió una tragedia que despertó todos los titulares de la prensa local. Su hijo y su esposa habían amanecido sin vida en la cama sin explicación ninguna. Los médicos forenses, después de unas largas autopsias, diagnosticaron una muerte por fallo respiratorio, totalmente inexplicable en dos personas de mediana edad, deportistas, y que hasta el momento gozaban de una salud envidiable. 
            Elías apenas sabía leer ni escribir, sin embargo, era un gran experto  en toda clase de plantas, tanto medicinales, como para otros usos. Toda su vida se había dedicado al pastoreo, y heredado de su padre, pastor también, todos los secretos de la flora y fauna del campo que además, fue incrementando con sus propios conocimientos a través del paso del tiempo.
            Su esposa le había tratado los últimos años con mucho celo, no permitiéndole fumar ni beber nada de alcohol. Le controlaba todos sus movimientos así como el dinero que disponía ocasionalmente. Según Elías, le hacía la vida imposible.
            Cuando esta falleció, la gente quedó extrañada del poco impacto que éste sufrió, olvidando en muy poco tiempo el dolor producido por su pérdida, volviendo casi de inmediato a su vida libre y sin control.
            Su hijo y su nuera, también en un exceso de cuidados, le habían hecho las mismas prohibiciones que su difunta esposa, resaltando siempre que era debido a la preocupación por su salud. Elías volvía a tener su mal carácter, vivía en un constante desasosiego y se volvió huraño y desconfiado.
            Al fallecer su hijo y su nuera, y después de los sepelios, preparó una maleta con los escasos efectos personales de que disponía y emprendió el regreso a su aldea, otra vez libre.
            Volvería a fumar, a beber, a hacer lo que le viniera en gana, como había hecho toda su vida.
            Al día siguiente, ya en su casa, disfrutando de un hermoso cigarro habano, llamaron a la puerta, de una forma un poco brusca. Fue rápidamente a abrir, con la convicción de que algún vecino al haberle visto volver se interesaría por él.
            Cuando abrió, frente a su puerta había dos hombres, igualmente vestidos Lo que el viejo no pudo ver en ese instante era el letrero que estos llevaban en la espalda: Guardia Civil, Criminalistica…

            

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