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viernes, 18 de abril de 2014

La mosca de Jerez


    ¡Hola! Soy una mosca, una mosca, si, pero una mosca muy especial. Soy de un tipo de mosca muy común, de las que se meten en las casas y otros sitios y que los humanos enseguida nos echan, pero os voy a contar lo que me pasó.
    Era la Feria de Abril en Jerez de la Frontera, en Cádiz, yo estaba tan bien, en unas plantas al lado de una caseta,  de esas en las que los humanos cantan, bailan y beben cosas que les hacen sudar y decir tonterías, pero lo mejor de todo es que había mucha comida por el suelo, mucha, de todo tipo, patatas, restos de pizza, tortilla, migas de pan. En fin un paraíso.
    Estaba tan a gusto hasta que llegó un día en que vinieron unos hombres,  vestidos con cosas verde fosforito y con unas cosas largas que acababan en unos pelos muy duros,  y se llevaron toda la comida que había en el suelo, en las mesas y desmontaron todo,  y me quede sola en la planta, en tres días no quedaba nada allí, pues yo oía que ya se había acabado la Feria.
    Hablando con una amiga me comentó que allí no teníamos nada que hacer,entonces pensé en cambiar de sitio pero, como estaba muy gorda por haber comido tanto esos días, no tenia ganas de volar. "Me meteré en un coche para que me lleve". Fue mi pensamiento, así que vi uno abierto en el que estaban entrando dos humanos mayores y dos pequeños, a los que llamaban niños.
   ¡Ese me gusta! Pensé, ya que por otra experiencia que tuve, en los coches que van  niños siempre hay comida por los asientos y por el suelo. Una vez me metí en un coche recién lavado y no puede comer nada en todo el día.
    Allí que me metí, era un coche grande con muchos rincones, así que me escondí y ¡a viajar!
    La verdad es que no pensaba que fueran tan lejos, casi seis horas de viaje, metida en aquel coche. Yo aprovechaba las veces que paraban y se bajaban todos para echar un vistazo por dentro a ver que pillaba, y cuando los veía venir, me volvía a esconder.
    Al fin llegamos a un sitio que decían se llamaba Madrid, según decían, ellos vivían allí. De repente empezaron a bajar trastos del coche y yo me quedé mirando alrededor. ¿Dónde estoy?, aquí no hay campo. Me puso en lo alto del volante y empecé a mover las alas para llamar su atención.
Uno de los niños me vio, a la vez que el humano grande me iba a echar del coche de un manotazo.
    —Papa, no la mates, pobrecita —dijo el niño, enfadado.
    —¿Qué hacemos con ella? —pregunto el que respondía por papá—. La echamos del coche y ya está.
    —Pero pobrecita —contestó el otro niño—. Como la vamos a dejar aquí, ella no va a conocer a nadie, se va a morir de pena, no ves que no quiere salir.
    —Bueno, si te parece, nos volvemos a Jerez y la dejamos allí, que seguro que viene en el coche desde allí.
    —¡Bien! —respondieron los dos niños más pequeños— ¡Bien!
    El humano papá les miro como diciendo no puedo hacerles llorar,  estoy enseñándoles a amar a los animales, pero vamos, nada mas me faltaba volver a Jerez a dejar la mosca, comentó con el otro humano grande.
    Este, que respondía al nombre de mamá les dijo:
    — ¿Que os parece si nos acercamos ahí abajo, que hay un río, y la soltamos allí?
    —¡Si mama!, —respondieron los dos más pequeños—. ¡Bien, bien!.
    Y Allí fuimos todos, con el coche incluido y me hicieron señas, un poco bruscas, la verdad, de que me bajara.
    Salí volando como pude, pues tenía las alas entumecidas de tanto rato sin moverme, allí cerca vi que había un montón de basura rodeada de una bolsa de plástico, y había varias colegas allí. Me acerqué a ellas que me acogieron como de la familia y empecé a contarles mi aventura. A veces se reían, pues decían que tenía acento andaluz.
    Cuando me giré, vi al humano papa que giraba la cabeza de un lado a otro muy aprisa, hacia unos signos con los brazos que asustaban. La que era  humano mamá iba riéndose muy escandalosamente y los niños iban contentos y felices haciéndome señas de adiós con las manos.
    En fin, a ver si un día vuelvo a Cádiz, que aquí hace mucho frío.

Ismael Tomas

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