No pudo esperar mas, a pesar de sus sesenta
y dos años, Jonathan decidió que tenía que volver a pisar un circo. Esta vez estaba
claro que como espectador. Había llegado el circo a su localidad, lo habían
instalado en el recinto ferial, un recinto polivalente, usado para fiestas,
eventos, conciertos musicales y, todos los miércoles como mercadillo local.
Desde su casa estuvo viendo, embelesado, como lo montaban. La llegada
de los camiones, el ensamblaje de la pista y gradas, después la carpa, la
distribución de las entradas y salidas... La gran caravana de camiones y roulottes que componían la comitiva que eran las residencias de los que trabajaban en él. Lo que se ha llamado
siempre El Mayor Espectáculo del Mundo.
Sentía su atracción, su llamada.
Aquellos colores formando la carpa a rayas rojas y blancas. Aquel sonido de
orquesta y el redoble de tambores cuando se lanzaban los trapecistas al vacío
para que, en el último momento, unas manos amigas de otro compañero trapecista, situado boca abajo, lo sujetara para evitar su caída al vacío ante el pavor de
todos los espectadores. Le atraían los funámbulos o equilibristas que cruzaban
la pista central andando sobre un cable de acero en lo más alto del escenario.
Jonathan recordaba también lo que el
público no veía, todos los ensayos, la vida nómada, de ciudad en ciudad para
que, cuando ya estaban perfectamente asentados y conocían un poco la
localidad, tener que desmontarlo todo otra vez para trasladarse, a veces al
pueblo de al lado y otras veces a otra ciudad quizás al otro extremo del país.
Aquella vida le atrajo mucho, gracias a
estos devaneos nómadas había conocido, en su juventud, la mayor parte del país y
también a su actual esposa Ingrid, de origen eslavo de la que no pudo aguantar
el flechazo que le produjo en el primer instante de conocerla.
Jonathan había empezado en el circo con
doce años. Su padre, Edgard trabajaba en el espectáculo como lanzador de cuchillos.
Era fantástico, jamás fallaba ningún lanzamiento. Para ello entrenaba cuatro
horas, como mínimo, todos los días. Su ayudante, que hacía de blanco a evitar
para sus lanzamientos fue su madre, Elizabeth, una preciosa mujer con un cuerpo
escultural que ya, solo por su belleza, dejaba boquiabiertos a los
espectadores.
Un día Elizabeth, poco antes de comenzar la actuación se encontraba muy indispuesta, con fiebre e incapaz casi de mantenerse en pie, con lo que Edgard no sabía que hacer para no tener que suspender la función. Fue entonces cuando Jonathan se ofreció como voluntario a su padre para los lanzamientos.
Un día Elizabeth, poco antes de comenzar la actuación se encontraba muy indispuesta, con fiebre e incapaz casi de mantenerse en pie, con lo que Edgard no sabía que hacer para no tener que suspender la función. Fue entonces cuando Jonathan se ofreció como voluntario a su padre para los lanzamientos.
Cada día, cuando terminaba las clases
ayudaba a sus padres en los preparativos. Era todo un ritual ya que disponían
de un profesor en el circo para enseñar a los niños que componían una parte
importante del personal.
Aquello fue un gran espectáculo. Por
primera vez un niño de doce años se ponía delante de su padre para que este
lanzara, con gran tino, un par de docenas o más de cuchillos.
Nunca jamás pudo olvidar ese primer
momento, esa adrenalina que subía y bajaba a cada lanzamiento. En cada
movimiento de su padre se tensaba como una cuerda de guitarra, perfectamente
preparado y atento por si tenía que esquivar algún lanzamiento, cosa que no
hizo nunca falta. A los dos días, ya su madre restablecida, Jonathan no
consintió en volver a cederle el puesto. Esto tuvo mucho éxito y su madre se
encargó, a partir de entonces, de la presentación del espectáculo.
Fueron unos años gloriosos. El Gran
Circo Británico que así se llamaba cosechó muchos éxitos. Ya el número de los
cuchillos fue superándose en dificultad, siendo siempre los últimos
lanzamientos con cuchillos envueltos en fuego, momento en que apagaban las luces del
circo, lo que hacía que los espectadores permanecieran en un silencio
sepulcral.
Con la llegada del año 1976 un
aparatoso incendio devastó varios de los camiones donde estaban encerrados los
animales que componían el espectáculo del domador de fieras. La paja que servía
de aposento en el suelo de estos ardió como la pólvora y originó la muerte por
asfixia de muchas fieras, quedando las demás dañadas. Esto contribuyó a la decadencia del circo.
Hubo muchos malos rumores y el público dejo de asistir a las exhibiciones.
Dos años mas tarde y, ante la
imposibilidad de poder mantener económicamente el circo, sus dueños, dos
hermanos ingleses que habían puesto toda su ilusión y medios financieros en la
empresa, se vieron abocados a cerrar el circo y despedir a todos los empleados.
Fue una catástrofe, la mayoría del
personal era como una gran familia en la que convivían todos sin prejuicio de
color, nacionalidad, o ideas propias.
Jonathan había colaborado en el
lanzamiento de 110 000 cuchillos en los doce años que estuvo trabajando allí.
Ya nunca volvió a ir a un circo. La
gente que había conocido allí pronto se desperdigó perdiéndose el contacto de
unos con otros. Aquello le afectó moralmente creando una gran depresión en su
familia.
Su vida buscó nuevos caminos.
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