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domingo, 4 de mayo de 2014

Aquellos años de Circo



No pudo esperar mas, a pesar de sus sesenta y dos años, Jonathan decidió que tenía que volver a pisar un circo. Esta vez estaba claro que como espectador. Había llegado el circo a su localidad, lo habían instalado en el recinto ferial, un recinto polivalente, usado para fiestas, eventos, conciertos musicales y, todos los miércoles como mercadillo local. Desde su casa estuvo viendo, embelesado, como lo montaban. La llegada de los camiones, el ensamblaje de la pista y gradas, después la carpa, la distribución de las entradas y salidas... La gran caravana de camiones y roulottes que componían la comitiva que eran las residencias de los que trabajaban en él. Lo que se ha llamado siempre El Mayor Espectáculo del Mundo.
         Sentía su atracción, su llamada. Aquellos colores formando la carpa a rayas rojas y blancas. Aquel sonido de orquesta y el redoble de tambores cuando se lanzaban los trapecistas al vacío para que, en el último momento, unas manos amigas de otro compañero trapecista, situado boca abajo, lo sujetara para evitar su caída al vacío ante el pavor de todos los espectadores. Le atraían los funámbulos o equilibristas que cruzaban la pista central andando sobre un cable de acero en lo más alto del escenario.
         Jonathan recordaba también lo que el público no veía, todos los ensayos, la vida nómada, de ciudad en ciudad para que, cuando ya estaban perfectamente asentados y conocían un poco la localidad, tener que desmontarlo todo otra vez para trasladarse, a veces al pueblo de al lado y otras veces a otra ciudad quizás al otro extremo del país.
         Aquella vida le atrajo mucho, gracias a estos devaneos nómadas había conocido, en su juventud, la mayor parte del país y también a su actual esposa Ingrid, de origen eslavo de la que no pudo aguantar el flechazo que le produjo en el primer instante de conocerla.
         Jonathan había empezado en el circo con doce años. Su padre, Edgard trabajaba en el  espectáculo como lanzador de cuchillos. Era fantástico, jamás fallaba ningún lanzamiento. Para ello entrenaba cuatro horas, como mínimo, todos los días. Su ayudante, que hacía de blanco a evitar para sus lanzamientos fue su madre, Elizabeth, una preciosa mujer con un cuerpo escultural que ya, solo por su belleza, dejaba boquiabiertos a los espectadores.
         Un día Elizabeth, poco antes de comenzar la actuación se encontraba muy indispuesta, con fiebre e incapaz casi de mantenerse en pie, con lo que Edgard no sabía que hacer para no tener que suspender la función. Fue entonces cuando Jonathan se ofreció como voluntario a su padre para los lanzamientos.       
         Cada día, cuando terminaba las clases ayudaba a sus padres en los preparativos. Era todo un ritual ya que disponían de un profesor en el circo para enseñar a los niños que componían una parte importante del personal.
         Aquello fue un gran espectáculo. Por primera vez un niño de doce años se ponía delante de su padre para que este lanzara, con gran tino, un par de docenas o más de cuchillos.
         Nunca jamás pudo olvidar ese primer momento, esa adrenalina que subía y bajaba a cada lanzamiento. En cada movimiento de su padre se tensaba como una cuerda de guitarra, perfectamente preparado y atento por si tenía que esquivar algún lanzamiento, cosa que no hizo nunca falta. A los dos días, ya su madre restablecida, Jonathan no consintió en volver a cederle el puesto. Esto tuvo mucho éxito y su madre se encargó, a partir de entonces, de la presentación del espectáculo.
         Fueron unos años gloriosos. El Gran Circo Británico que así se llamaba cosechó muchos éxitos. Ya el número de los cuchillos fue superándose en dificultad, siendo siempre los últimos lanzamientos con cuchillos envueltos en fuego, momento en que apagaban las luces del circo, lo que hacía que los espectadores permanecieran en un silencio sepulcral.
         Con la llegada del año 1976 un aparatoso incendio devastó varios de los camiones donde estaban encerrados los animales que componían el espectáculo del domador de fieras. La paja que servía de aposento en el suelo de estos ardió como la pólvora y originó la muerte por asfixia de muchas fieras, quedando las demás dañadas.  Esto contribuyó a la decadencia del circo. Hubo muchos malos rumores y el público dejo de asistir a las exhibiciones.
         Dos años mas tarde y, ante la imposibilidad de poder mantener económicamente el circo, sus dueños, dos hermanos ingleses que habían puesto toda su ilusión y medios financieros en la empresa, se vieron abocados a cerrar el circo y despedir a todos los empleados.
         Fue una catástrofe, la mayoría del personal era como una gran familia en la que convivían todos sin prejuicio de color, nacionalidad, o ideas propias.
         Jonathan había colaborado en el lanzamiento de 110 000 cuchillos en los doce años que estuvo trabajando allí.
         Ya nunca volvió a ir a un circo. La gente que había conocido allí pronto se desperdigó perdiéndose el contacto de unos con otros. Aquello le afectó moralmente creando una gran depresión en su familia.
         Su vida buscó nuevos caminos.



        



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