Andrés
evitaba siempre decirles la verdad a sus padres, vivía independiente y apenas
podía pagar el alquiler del piso que compartía con su amigo Roger. A sus
treinta años de edad, todavía no había logrado un empleo que le durara más de
tres meses. Cuando sus padres le preguntaban, su respuesta mas común era que
ese empleo no estaba bien remunerado y había encontrado otro mucho mejor.
Había trabajado como ascensorista, pinche de
cocina, portero de discoteca y mozo de reparto entre otros muchos. El último
trabajo desarrollado fue de aparcacoches en un restaurante de gran prestigio
cerca del puerto de Valencia. Como siempre, no tuvo suerte en este sitio y
debido a su carácter agresivo, y su falta de veracidad en la mayoría de sus conversaciones
con la gente de su entorno fue despedido cuando apenas había cumplido un mes de
contrato.
Andrés
era un cliente habitual de la Oficina de Empleo, al haber sido despedido en tantas ocasiones.
Una
tarde mientras paseaba por el puerto y angustiado por la falta de dinero, ya
que apenas le quedaban unos pocos euros en el bolsillo, decidió buscar trabajo
en algún barco o en el mismo puerto. Estuvo en contacto con patrones de
pesqueros, estibadores de carga,
oficiales de los distintos departamentos que encontraba, bares de la zona, etc.
Todo ello sin éxito.
Sentado
encima de un fardo al lado del muelle, su ánimo se encontraba bajo mínimos,
cuando casualmente a su lado vio una pequeña mochila, un poco escondida entre
los bultos. No había persona alguna alrededor, por lo que no puedo evitar
tomarla para escudriñar en su interior. La sorpresa fue enorme cuando encontró
un traje completo de marinero, casualmente de su talla. Pensó que la providencia
le había sonreído en este caso.
Por su
cabeza pasaron velozmente un sinfín de ideas, y sin pensarlo dos veces, se puso
en acción.
Vestido
con dicho traje y habiendo metido su ropa anterior en la misma mochila, se
encaminó mezclándose con otros marineros, al embarque en un buque de Balearia
anclado en el muelle y que partiría hacia las islas en apenas una hora.
Rápidamente
al entrar en el mismo, buscó un mamparo donde esconderse hasta que zarparan, con
la idea de mezclarse entre el pasaje o entre la tripulación una vez se
encontraran en alta mar.
Su
suerte no iba a variar en ese momento, y antes de zarpar, fue descubierto y
llevado a presencia del segundo oficial.
Por mas que imploró que necesitaba un empleo, que no disponía de dinero
y que estaba desesperado, fue desembarcado, no sin antes y por pura compasión,
el oficial le diera diez euros para que pudiera comer ese día.
Allí al
borde del muelle, otra vez sentado en el fardo, desolado y abatido Andrés
miraba al buque zarpar hacia su destino,.
En la
cubierta del mismo, entre el gentío arremolinado para ver las maniobras de
desatraque y salida del puerto, un niño de siete años le decía a su madre:
̶̶
¡Mira mamá!, el marinero no subió al barco.
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